Ojalá ocurriera algo necesario para que la llamada "era cristiana" no termine con su deceso
JUAN 12:12-19
“El siguiente día, grandes multitudes que habían
venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de
palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en
el nombre del Señor, el Rey de Israel! Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre
él, como está escrito: No temas, hija de Sion; He aquí tu Rey viene, Montado sobre
un pollino de asna. Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio;
pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas
estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho.
Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual también había venido la gente a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal. Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él”.
Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual también había venido la gente a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal. Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él”.
Mt. 21: 1-11; Mr. 11: 1-11; Luc. 19: 28-40)
En el relato de esta entrada triunfal, la
resurrección de Lázaro fue un elemento importante en la motivación que el
pueblo tenía para acogerlo con semejante bienvenida. Ninguna de las otras
señales que Jesús había hecho, de forma parecida, tenía la magnitud de esto
ocurrido en Betania. La hija de Jairo había acabado de morirse y el hijo de la
viuda de Naín todavía no había sido enterrado; en cambio Lázaro estaba muerto y
sepultado hacía cuatro días, o sea que ya era un cadáver en la fase de descomposición.
Pensamos que el ideal hoy día sería
una impetuosa y volcánica entrada triunfal, un regreso de Jesús, dentro de las murallas
y paredes de la Jerusalén Celestial, esto es dentro de nuestro actual fatigado cristianismo. Una vuelta de
Jesús en llamas de fuego.
En cuanto a esta entrada profética, el entusiasmo
entre la multitud fue general, y eran tantos que los saduceos y fariseos
después de reunirse una y otra vez llegaron a la conclusión que todo era inútil
porque el calor con que la gente recibían sus pláticas y sermones no había
mermado un solo grado, y todos hablaban de él con tanto entusiasmo que era
difícil apagar esa admiración. Estaban seguros que Jesús de Nazaret era un gran
profeta y que además de eso se trataba del que estaban esperando según la
profecía de Zacarías 9:9, y por eso le daban la bienvenida como enviado por
Dios, que en su canto lo declaraban como el único Rey de Israel, no un romano.
Es una exageración o una hipérbole eso de que
"el mundo se va tras él", pero denota la popularidad y el arrastre de
gente que tenía Jesús en todo el país, especialmente en Galilea y Samaria, y el
movimiento creciente dentro de Judea.
Y esas cosas estaban ocurriendo motivadas por la resurrección de un hombre de Betania,
la cual se hizo conocida en toda la región, y de boca en boca, de casa en casa,
de calle en calle y de ciudad en ciudad corría como agua la palabra de Dios.
Aunque Lázaro no había organizado ninguna campaña evangelística ni había
escrito algún libro contando su experiencia en el otro mundo, el asunto fue
conocido por todos porque siendo una persona distinguida de la ciudad por su
estado social, cuatro días fueron suficientes para que todo el pueblo se
enterara de su fallecimiento, y después recibida con sorpresa la noticia de su
resurrección y quien lo había traído de los muertos.
El monte de Los Olivos estaba cerca y desde allí
trajeron las hojas de palma para alfombrar con ellas el paso del profeta sobre
su asno; ya convencida la multitud la relación que tenía aquel hombre con la
Escritura profética, y se hacía amplias ilusiones de lo que podría significar
ese envío divino para desatar las ligaduras romanas con las que tenían atada la
libertad civil del pueblo. No está muy claro qué parte de ese gentío cifraba
esperanzas espirituales en Jesús y qué otra parte se hacía la ilusión que era
el caudillo político necesario para que comandara una buena rebelión que, por
medio de alguna guerra civil, costara lo que costara, y concluyera con la
tiranía de los italianos. Un poco tiempo después la mayoría de ellos se descorazonó,
y con amargo odio por la frustración, en vez de palmas en sus pies colocó un
madero sobre su hombro.
Ojalá ocurriera algo dentro de nuestro lánguido y moderno cristianismo, algún avivamiento
de su cuerpo muerto, que lo sacudiera de tal forma que Jesús ocupara de nuevo
el lugar que tuvo en el principio y la gente de veintiún siglos después afirme
que países tras países y continentes tras continentes, es decir el orbe del
mundo entero le sigue. Es cierto que hay dispersas señales y muy separadas de
avivamientos dentro de diversas organizaciones cristianas, sin embargo, esas
diminutas chispas de fuego celestial no tienen el poder general necesario para
que la llamada "era cristiana" no termine con su deceso. Algo más
impetuoso, como el fuego de un espíritu volcánico, es necesario que ocurra y
erupciones de rocas vivas de la antigua teología y el ardor del fuego
apostólico descienda a todas las latitudes, valles y montañas, villas y
poblados, ciudades y metrópolis, de modo que el mundo reconsidere su rechazo a
Cristo y se vaya tras él. Algo necesario para que la llamada "era
cristiana" no termine con su deceso.
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