Es un mejor olvido cuando se tiene buena memoria




JUAN 21:15-19
15 Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. 16 Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. 17 Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. 18 De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. 19 Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.

Resulta interesante y hasta cristianamente intrigante el por qué Juan habiendo omitido la negación de Pedro, como no lo hacen los tres sinópticos, sin embargo, es el único que de esta manera informa sobre la continuidad ministerial del apóstol, y su rescate al oficio. Más de treinta años ya habían pasados y el apóstol para ese entonces era considerado, junto con él y con Jacobo como una "columna" de la iglesia (Ga. 2:9). Y eso explica el misterio del silencio. Lo diré así, quiso olvidar aquello y lo olvidó, y si no lo olvidó no quiso decir nada, porque lo que pasó ya pasó, y el Pedro de ahora vigoroso y con tanto prestigio y bendición en la iglesia, sería una traición ministerial hacer la más pequeña insinuación a lo que pasó en el patio de la casa de Anás, o Caifás. Las antiguas faltas de los compañeros jamás se mencionan, y menos escribirlas.

Si por la mente de este autor pasó aquello nunca llegó hasta su pluma, sino más bien los tres énfasis de amor que le pidió el Señor para dejarlo en su puesto apostólico y en contacto con sus rebaños, de ovejas y corderos. Si alguien hubiera entrevistado a Juan y le preguntara que cómo es posible que Pedro pudiera continuar como apóstol y pastor si había negado tres veces al Señor, la inmediata respuesta habría sido ésta: "porque ama a Jesús más que todos nosotros". Y si eso fue lo único que Jesús le preguntó y le exigió para que tuviera acceso al púlpito de la iglesia, nadie podría interponerse. Nuestro amado Señor por cada negación, sin mencionarlas, le pidió una confesión de amor que las borrara, y con eso se quedó satisfecho, y con lo que Jesús se quede satisfecho ninguno debe dejar de estarlo.

Ni el mismo Pedro dijo "Señor yo te he negado por tres veces, el descrédito y la culpa me impiden seguir predicando", sino que le dijo "tú lo sabes todo", "tú sabes más de lo que los otros saben, tú conoces más defectos míos que todos ellos juntos, me has perdonado más pecados que a todos ellos, y yo tengo tres veces más perdones que ellos, por lo tanto te amo tres veces más". Un predicador que conozca tanto de arrepentimiento, de vergüenza y de perdón, de amor a Dios, y no sufre por sensualidades, no debe quedarse en silencio. Y si él no había podido ser fiel en esta ocasión, Aquel que tiene el futuro y la gracia en sus manos, y que le había dicho que una vez vuelto confirmara a sus hermanos, ahora le dijo que cuando fuera viejo no esperara el retiro porque la ofrecería en crucifixión con toda la modestia y la gloria a Dios con que vivió y quiso morir.

Su hermano Juan, escritor de este evangelio y compañero en la lid, que lo sobrevivió, supo de la victoria espiritual de su querido compañero Pedro, y de cómo siguió los pasos de Jesús, no en Jerusalén sino en Roma, y es por eso que aquello que supo de primera mano porque él estaba allí, y fue quien pidió que lo dejaran entrar (18:16), y tal vez sintiendo pesar por haberlo hecho, borró lo que sucedió tanto de su memoria, su biografía, como de su evangelio. Leí todo su escrito y no lo hallé, para Juan eso no pasó nunca, aunque tenía buena memoria. Intencionalmente nunca lo oyó, nunca lo supo, jamás lo vio. Lo olvidó, aunque tenía buena memoria. No lo diría, aunque le dieran un millón de dracmas, o cien mil estateros.

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