Una zarza seca vuelta un candelabro
Éxodo 3:5
“Entonces Él dijo: No te acerques aquí; quita las sandalias de tus
pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa”.
Cosas que aprendió
Moisés: que Dios es Santo y él pecador, que la primera lección de fe es la
santificación, que hay que guardar con respeto y reverencia la distancia entre
Dios y él, que Dios puede brillar, convertir en un sagrado candelabro la vida
menos provista de belleza (no escogió un olivo ni una palma), porque “porque lo
insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más
fuerte que los hombres. Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois
muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que
lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del
mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo
menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de
que nadie se jacte en su presencia” (1Co.1:27-29).
Es el atractivo divino lo que mueve a los hombres a descalzarse ante un
testimonio donde haya fuego de Dios, donde la vida parezca un milagro. Moisés
aprendió respeto y reverencia para lo sagrado; la santidad de Dios fue lo que
más le impresionó y eso se ve en sus libros y experiencias con Dios; Dios no
hubiera podido dar su Ley al mundo si no es por medio de un hombre santo. Fue
el más manso del mundo (Num. 12:3), por lo tanto, igual que Jesucristo (Mt.11:29); no fue el concepto de
humildad lo que le enseñó sino de santidad (v.11). Por eso el Señor pudo
utilizarlo tanto porque Moisés, lo mismo que el apóstol Pablo, crecía en
santidad. Esa es una gran enseñanza para los ministros de Dios que trabajan
duramente en su obra. Si hubiéramos sido más santos habríamos sido más exitosos.
Ningún defecto hace infructífera nuestra labor como la falta de santidad, y
ningún otro don es capaz de sustituirla sin desdecir el liderazgo.
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