Es para que te retiñen los oídos, te rías a menudo y adores mejor

GÉNESIS 17:15-21   
“Entonces Dios dijo a Abraham: A Sarai, tu mujer, no la llamarás Sarai, sino que Sara será su nombre. Y la bendeciré, y de cierto te daré un hijo por medio de ella. La bendeciré y será madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella. Entonces Abraham se postró sobre su rostro y se rio, y dijo en su corazón: ¿A un hombre de cien años le nacerá un hijo? ¿Y Sara, que tiene noventa años, concebirá? Y dijo Abraham a Dios: ¡Ojalá que Ismael viva delante de ti! Pero Dios dijo: No, sino que Sara, tu mujer, te dará un hijo, y le pondrás el nombre de Isaac; y estableceré mi pacto con él, pacto perpetuo para su descendencia después de él. Y en cuanto a Ismael, te he oído; he aquí, yo lo bendeciré y lo haré fecundo y lo multiplicaré en gran manera. Engendrará a doce príncipes y haré de él una gran nación. Pero mi pacto lo estableceré con Isaac, el cual Sara te dará a luz por este tiempo el año que viene”.

Dios continuó cambiándole el nombre a toda la familia de Abram. Este fue el día que les cambió el nombre a todos con promesas; ya sus nombres les recordaban el futuro de bendición que tendrían. Pasara lo que pasara recordarían por sus nombres el propósito de sus vidas. Abram, por afligido que se hallara y pensara en su esterilidad, si eso le llevaba a la cama triste debía pensar que ya no se llamaba Abram sino Abraham “padre de una muchedumbre”. Si Sarai se llamaba “mi princesa” “princesas”, del padre, de la madre, de sus ancestros y dioses, a su nombre se le quitaría el posesivo de ellos, o del plural, una i, para ser simplemente libre de todo eso, de tradiciones religiosas paganas. Dios le quitó algo de su nombre para hacerla más suya que de nadie. Ahora sería Sara, a secas. A su esposo le añade, a ella le suprime. Una sola letra, un pequeño cambio en su vida la revoluciona toda. 
Los pequeños cambios de Dios son importantes. 
Por una letra también se definió en el concilio de Nicea la divinidad de Cristo, y por cierto una i quitándosela a la palabra “semejante” en griego para que quedara “de igual”. Sara, como si dijera, ahora es hecha por Dios una mujer ortodoxa. Sara comprendió que ahora ella pertenecería a Dios y sería “madre de multitudes”.

Es maravilloso el origen del pueblo de Israel, de cero, de nada, de lo imposible, como es asombroso nuestro llamamiento, nuestra elección desde Ur de los caldeos, antes que el mundo fuese, nuestra fe, justificación y glorificación. Nos inclinamos reverentes con el patriarca y nos identificamos con su risa. No por incredulidad sino de asombro, y como él diría: ¡me retiñen los oídos! Si uno supiera lo que Dios puede hacer con su vida se reiría, no se lamentaría tanto, no se impacientaría, llenaría su corazón de alegría, estaría contento, aunque tenga 99 años y habitara no en mansiones sino en tiendas. Su religión estaría llena de gozo, adoraría mejor y se reiría más a menudo

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