Lo que es de Dios, para Dios, y lo que es de la esposa, para ella
Lucas 1:5-13
“5 Hubo en los días de Herodes, rey de
Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las
hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. 6 Ambos eran justos delante
de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del
Señor. 7 Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos
eran ya de edad avanzada.8 Aconteció que ejerciendo Zacarías el
sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, 9 conforme a
la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en
el santuario del Señor.10 Y toda la multitud del pueblo estaba fuera
orando a la hora del incienso.11 Y se le apareció un ángel del Señor
puesto en pie a la derecha del altar del incienso.12 Y se turbó
Zacarías al verle, y le sobrecogió temor. 13 Pero el ángel le dijo:
Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará
a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan”.
ESTO NO ES PARA PROBAR SINO PARA SIEMRE |
Zacarías era el padre adecuado escogido por Dios de
entre la octava clase de las veinticuatro divisiones que había hecho el rey
David para el sacerdocio. Su esposa Elisabet, lo mismo, tenía sangre
sacerdotal; y ambos tuvieron el privilegio de tener un gran hijo, Juan el
Bautista, y este la bendición de tales padres. Esta historia se cuenta por
causa del hijo y sobre todo por causa del
ministerio al cual sería llamado en relación con Jesucristo (v. 5).
Aunque Juan el Bautista, habría de exceder en fama e
importancia a sus dos ancianos padres, ellos merecen que se les distinga al
menos por una cosa sencilla, su
matrimonio. De modo muy suave y con sólo una pincelada, el Espíritu Santo
menciona que él era un sacerdote y ella una de las hijas de Aarón, o sea dos
personas verdaderamente santas y consagradas al servicio de Dios, un matrimonio
planeado por Dios con la sabiduría que les dio a ambos para formar una pareja
ideal, con el mismo espíritu de amor y servicio al Señor, y capaces de criar a
aquel hombre que habría de convertirse en el último y tal vez más importante
profeta de Israel.
Zacarías le dice al ángel que él y su mujer ya son
viejos (v. 18); esto dentro del mundo judío equivalía a tener sesenta años o
más. Generalmente las parejas se casaban jóvenes, así que este matrimonio no
tenía una unión frágil, comprobación es que tenían más de cuarenta años
casados, sin que ninguno de los dos se le ocurriera vivir sin el otro. La
fortaleza de tan larga unión tiene que ver con la formación religiosa de ambos,
porque ambos eran "irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas
del Señor" (v. 6). Ella se comportaba como era digna de una hija de Aarón
y él como debía hacerlo un sacerdote.
Esa es la razón por la cual esta pareja ministerial había servido a Dios
tantos años sin presentar ninguna clase de problema doméstico, y sin tener que
acudir a algún profesional para que les ayudara a tratarse mutuamente como es
debido porque estaban pensando en carta de divorcio. La mayor parte de los
mandamientos a que se refiere aquí tienen que ver con relación a Dios, y como
eso era excelente, no tenían ninguna clase de problema entre los dos, él no desatendía
el hogar por estar quemando incienso, sacrificando animales y esparciendo
sangre; Elisabet no se sentía abandonada por la dedicación vocacional de su
marido, y él era sabio como para darle a cada cosa su lugar, lo que es de Dios para Dios y lo que es de
Elisabet para ella. Este era un matrimonio pastoral irreprensible, sin
mancha, cuyo ejemplo podía ser imitado por todos los que conocieran, sobre todo
los sacerdotes más jóvenes y sus esposas recién casadas.
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