Una pregunta política, no hecha por periodistas
Marcos 12:13-17
(Mateo. 22:15-22; Lucas. 20:20-26)
En este
asunto, complicadísimo, Jesús salió con su respuesta, ileso. Le tendieron una
trampa en público y nadie pensó, entre los curiosos, discípulos y enemigos, que
podría salirse de la cuestión sin desacreditarse o parar en los tribunales y en
la cárcel.
Mire cómo
aquellas lenguas viperinas, sin sentirlo ni un poquito, dicen cosas muy bonitas. Vamos a ser justos,
las palabras que estos tentadores les dijeron a Jesús eran ciertas y muy bonitas,
que era un gran maestro, con una excelente reputación de hombre sincero y
veraz, que no se dejaba impresionar ni cambiar su opinión por el rango o la
clase de persona que tuviera enfrente, porque no temía decirles la verdad a
todos costara lo que costara; o sea era un maestro completamente confiable.
Eso que
dijeron, ese testimonio, es cierto no lo estaban inventando, era lo que todo el
mundo decía y lo que ellos mismos habían visto y escuchado porque hasta ese
momento todo el pueblo se iba tras él y no había uno solo en toda la ciudad,
que no fueran sus enemigos, que se abstuviera de proferir alguna alabanza o
elogio hacia él. Sin embargo aunque las palabras no podrían ser corregidas
porque estaban bien dichas, no salían del corazón, no era más que una adulación
hipócrita con el propósito de engatusarlo y que él se regodeara en su yo
interno saboreando la lisonja, y fuera atrapado en la pregunta que le iban a
formular.
"¿Es
lícito dar tributos al César o no?" (v. 14). Es una pregunta política, no
hecha por periodistas sino por
insensibles enemigos para cazarlo como una fiera, posiblemente sugerida por
aquella "zorra " (Luc. 13:32) y transmitida por los herodianos,
judíos amigos del imperio romano que conocían de primera mano la aversión de
los judíos ortodoxos a tener que pagar, bajo la ley, impuestos a un emperador
que asumía la función de sumo sacerdote y Dios. Si Jesús contestaba que debía
todo ciudadano pagar los impuestos establecidos por el gobierno, aunque fuera a
un tirano, los principales y opulentos líderes religiosos tendrían un motivo
más para crearle mala fama y acusarlo de traidor a su nación. Si el Señor
contestaba que de ningún modo cualquier judío amante de la Ley de Moisés y
digno de ser llamado como tal, debía pagarle los impuestos a una gobernación
que los tenía como vasallos, se buscaría problemas con la justicia romana, y en
su momento al acusarle formalmente eso sería un renglón importante para poder
deshacerse de él en forma legal.
Jesús les
respondió, mirando la moneda en otra mano, "dad a César lo que es de César
y a Dios lo que es de Dios" (v. 17). Pudieran ser entendidas estas
palabras como una evasión para
responder directamente sobre la cuestión; y si esa fue su intención, no
involucrarse en asuntos políticos y continuar predicando un evangelio en forma
de humanismo espiritual, de amor al prójimo y de perdón, de ayuda social si se
quiere, pero sin pedir rectificaciones políticas, ¿acaso tiene eso algo de
malo? Pienso que no, pero si bien es cierto que su movimiento no tenía en sus
entrañas una fuerza política, su amplitud abarcaba también las esferas sociales
de los que estaban en eminencia y tenía inevitablemente que rozar todas las
opiniones políticas.
Por lo tanto
me inclino a pensar que su respuesta no fue una evasión sino una aceptación de que todo creyente está
sujeto a las leyes de su país, ya sea que sean de su agrado o no, y que no debe
rehusar cumplirlas cuando éstas tienen que ver solamente con cuestiones
sociales y no atacan la fe y el evangelio por ninguna parte. El impuesto
establecido por el César no limitaba a los judíos en su fe, podían practicar su
religión como quisieran porque el gobierno les garantizaba la libertad de
culto, caminos bien hechos hasta casi cualquier parte del imperio y una policía
apropiada y lista para mantener el orden y la seguridad ciudadana (Ro.13). A
pesar de que había corrupción, los beneficios que todos los habitantes recibían
eran muchos. Sacar dinero del bolsillo, “al que tributo, tributo”, y pagarlo al
estado no era una apostasía, independiente de la religión que profesara el rey;
eso no era asunto de ellos, siempre y cuando el gobierno no quisiera imponerles
sus ideas religiosas, por lo menos hasta ese momento. No era inconstitucional,
por decirlo así, pagar el impuesto a una autoridad con lo cual se difiere
política y religiosamente. Lo que sí es adverso a las enseñanzas de Jesús es
esconder debajo de la profesión religiosa una inclinación política que no tiene
el valor para quitarse su antifaz espiritual y mostrar la cara como el César había
imprimido la suya en esa moneda de plata.
Es muy cierto
que en el anverso de la moneda se encontraba la cara de César y en el reverso
también declarándose sumo sacerdote; y esa clase de moneda la tenían los
herodianos y los judíos ortodoxos en sus bolsillos, y deseaban llenarlos con
ella si fuera posible. Si eran tan escrupulosos en su religión no debieran
acumular tanto de aquellas "medallas" metálicas para enriquecerse con
ellas. Lo reconocieran o no, hay Estado y hay Dios, y si bien es cierto que uno
está por una parte y el otro está por la otra, ambos forman un todo que
componen la vida humana. Los deberes para con el uno y para con el otro. El
hombre es un ser político (¿Aristóteles?) y religioso; o dicho de otra manera,
el hombre no puede dejar de ser un ciudadano ni viceversa; y si no quiere
mezclar sus creencias con ninguna ideología humana, es un asunto suyo, que no
vote, que no mire noticias, que no lea el periódico, pero que pague los
impuestos, respete la luz de los semáforos, que no se apropie de lo que no es
suyo y deje tranquilos a los hermanos que quieren involucrarse en un partido
político diferente y brillan, con luz extraña, entre desinteresados y enemigos
de su fe. Jesús dijo "denle a César lo que corresponde, es decir paguen
los impuestos; y denle a Dios lo que a él corresponde, la adoración, que no
deben darle a César". Y los oyentes se quedaron pasmados, y siguieron
creyendo en Dios como era correcto, y en cuestiones de política como les diera
la gana. Excúseme la expresión.
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