Nuestras medicinas no nos hacen inmortales
Marcos 1:32-34
(Mt. 8:16-17; Luc. 4: 40-41)
"32 Cuando llegó la noche, luego que
el sol se puso, le trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los
endemoniados; 33 y toda la ciudad se agolpó a la puerta. 34
Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera
muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían".
AYUDAN PERO NO DAN LA ETERNIDAD |
La noticia de la instantánea recuperación de la
suegra de Pedro corrió como pólvora en aquella pequeña ciudad y no quedó un
enfermo en toda ella que de alguna manera o de otra no fuera llevado hasta el
sitio correspondiente, y Jesús le pusiera la mano encima y lo curara. Lo menos
que Pedro se imaginaba, el trabajo que le iba a dar a Jesús al pedirle ese favor
familiar y que en un dos por tres el portal de la casa se convertiría en un
hospitalillo, y por la fama que había traído la bendición que entró a su casa,
muchísimos vecinos y conocidos, y desconocidos, hombres y mujeres, niños y
jóvenes, ancianos, de todas las clases, acudirían para quitarse de encima algún
mal físico, ¿pero cuántos de ellos regresaron arrepentidos de sus pecados y
confesándolos a Dios? De eso nada se sabe y nadie lo sabe, sino que muchísimos
milagros se hicieron en Corazín, Betsaida y Capernaum, y no se arrepintieron
(Mt. 11:20-24). Sólo Dios conoce la cantidad inmensa de personas que acuden a
él pidiéndoles que les sane el cuerpo pero no dicen ni una sola palabra para
que les sane el alma. Todos, unos antes y otros después volvieron a enfermarse
de lo mismo o de alguna otra cosa, y murieron; entonces no fue suficiente que
se mejoraran de salud o se curaran, sino que lo mejor hubiera sido que
conjuntamente hubieran adquirido la vida eterna para cuando llegase el
inevitable momento del cual no se recuperarían, estuvieran preparados para
decir a Dios, "en tu mano encomiendo mi espíritu", y dejar que se
deposite su cadáver en alguna parte, en paz hasta el día de la resurrección.
No viviremos para siempre, nuestras medicinas y oraciones y el bisturí del cirujano, podrán prolongarnos la vida por un tiempo o mejorar la calidad de ella, pero
definitivamente no nos hacen inmortales. Tus medicinas no te inmortalizan. Es sabio y estar en sus cabales pensar más allá de la salud física, y decidir
no solamente sentirse bien y que el cuerpo funcione normalmente, sino que se
convierta en un templo del espíritu Santo (1 Co. 6:19), hasta que sea hecho polvo, y sea recordado por
Cristo cuando venga en su reino (Luc.23:42). Y unos para vida eterna y otros
para vergüenza y confusión perpetua (Dan. 12:2).
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