Jesús defiende la sombra de su cuerpo
Marcos 11:15-19
(Mateo 21:12-17; Lucas 19:45-48; Juan 2:13-22)
ESTA ES MI SOMBRA Y DE NADIE MAS
|
“15
Vinieron, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar
fuera a los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de los
cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; 16 y no
consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno. 17
Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de
oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de
ladrones.18 Y lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y
buscaban cómo matarle; porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba
admirado de su doctrina. 19 Pero al llegar la noche, Jesús salió de
la ciudad.
Jesús se
encuentra en este momento en el punto central
de la vida religiosa de los judíos, el templo, que si algo le sucediera, y
nuestro Señor así lo comprendía, que si le sucedía alguna desgracia eso sería
equivalente al "fin del mundo". Y evidentemente la destrucción del
templo significó para los judíos como la destrucción de su nación y del mundo.
Dentro de esa óptica religiosa de aquel lugar central y de unión de toda la
nación, Jesús introdujo su escatología y pronunció discursos apocalípticos
similares a los sermones de su Segunda Venida, y en los evangelios están
mezcladas. En realidad sus pronósticos al ser destruida la ciudad y el templo,
fueron como una segunda venida, y el comienzo o inauguración de su simbólico milenio que llega hasta el día
de hoy, y que encontrará su cumbre con su Regreso.
Ahora quiero
presentar una defensa al coraje y el celo
que lo consumía en la Casa de Dios (v. 17). ¿Es éste el mismo Jesús que
predicó el llamado Sermón del Monte? ¿No es allí un hombre tolerante, que
vuelve la mejilla herida, un pacifista? Aquí parece un Jesús desconocido; y si
cuando comentamos lo que pasó con el asunto de la higuera estéril, sobre si
Jesús sabía o no sabía si tenía frutos, y tuvimos necesidad de defender su omnisciencia, o mejor dicho
aclarar el problema, aquí pasa lo mismo y es como si alguien nos contara alguna
cosa que ha hecho que sea incomprensible y parezca contradictoria a sus
enseñanzas y conducta, y tengamos necesidad de hacer una defensa a su carácter, o como dije anteriormente aclarar su
proceder sin negarlo.
Esta es la
segunda ocasión en que Jesús "purifica" el templo. La primera ocurrió
casi dos años atrás cuando comenzó su ministerio (Jn. 2:13-22). Jesús hizo un
azote de cuerdas (Jn. 2:15), echó fuera a los animales: Ovejas, bueyes y
corderos. Este último usado para la Pascua y los otros para los sacrificios en
la fiesta. A esto también se le añade el hecho de que sus preciosas manos con
las cuales tocaba a los enfermos y los sanaba, sirvieron para volcar las mesas
donde estaba depositado el dinero de los cambistas, sin agacharse una sola vez
ni permitírselo a sus discípulos, para recoger alguna moneda (v. 15). Es cierto
que no dice que haya repartido puñetazos a los mercaderes o que les haya
gritado, ni que tampoco utilizara el látigo para golpear los animales cuando
éstos siempre en su presencia se mostraban dóciles, ya sea que estuvieran
domesticados o indómitos, domésticos o fieras (11:2; 1:13). Si así se
comportaban estas criaturas con él, su Creador, ¿qué necesidad hay de usar
violencia con ellas? Jesús jamás golpeó a nadie, humanos o brutos.
Entonces este
cuadro que estamos viendo es una explosión
de autoridad y más bien un simulacro de violencia que violencia en sí
misma; confeccionado por el Señor para espantar a los transgresores, cambistas
abusadores, mercaderes de precios injustos, que agrupando sus procederes en una
sola palabra merecían que se les llamara ladrones. De ese modo, con hechos
enérgicos y palabras dura, intenta poner remedio y respeto a la Casa de Dios
(vv. 16,17). Esta simulación de violencia es respaldada por la Palabra de Dios,
a la cual él remite a los transgresores diciéndoles que estaban quebrantando la
ley divina dada por medio de Moisés (Isa. 56:7); o sea que estaba oponiendo la
Escritura a los reglamentos novatos de los escribas y sacerdotes actuales. Sin
embargo cuando es interrogado si tenía algún documento escrito por las
autoridades que le permitiera deshacer aquel negocio en los patios del templo,
Jesús no mostró ninguno y tampoco se refirió de nuevo a algún pasaje de la
Escritura sino que mencionó su muerte o destrucción de su cuerpo y resurrección
(v. 20). Y leemos como su pensamiento va desde el templo hasta su cuerpo, en
íntima interrelación, teniendo el uno que ver con el otro.
A primera
vista esta respuesta parece una evasiva, aunque como ya he dicho les había
manifestado que todo aquello no estaba en regla con el Espíritu y las
enseñanzas de la Ley. O quizás faltan palabras que habrá dicho para que el
relato se muestre más coherente. De todos modos su respuesta permite inferir
una contundente explicación de por qué su empeño en preservar el orden y el
respeto sagrado en el templo de Dios, que él bien sabía, porque lo habría de
decir expresamente, que no quedaría en poco tiempo, de aquel edificio, una
piedra sobre otra (13:1,2). La explicación es esta: "Este templo tan
hermoso que ahora estoy defendiendo, en pocos años dejará de funcionar y
experimentará una “abominación desoladora”, y nunca más podrá ser levantado o
utilizado como ahora, porque el
derribamiento de mi cuerpo y su reedificación al tercer día será el completo
sustituto de este edificio y todas las ceremonias sagradas que se ejecutan
dentro de él". Por eso Jesús pidió respeto para aquella sombra de su cuerpo.
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