Ensimismados en hechos hermosísimos y chupándose los dedos

Marcos 8:14-21
 (Mt. 16.5-12)
 “14 Habían olvidado de traer pan, y no tenían sino un pan consigo en la barca. 15 Y él les mandó, diciendo: Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes. 16 Y discutían entre sí, diciendo: Es porque no trajimos pan. 17 Y entendiéndolo Jesús, les dijo: ¿Qué discutís, porque no tenéis pan? ¿No entendéis ni comprendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón? 18 ¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís? ¿Y no recordáis? 19 Cuando partí los cinco panes entre cinco mil, ¿cuántas cestas llenas de los pedazos recogisteis? Y ellos dijeron: Doce. 20 Y cuando los siete panes entre cuatro mil, ¿cuántas canastas llenas de los pedazos recogisteis? Y ellos dijeron: Siete. 21 Y les dijo: ¿Cómo aún no entendéis?”.
Si batallar contra la incredulidad fue la tarea más difícil que como predicador Jesús encontró, los otros dos obstáculos o más bien peligros que sus discípulos encontrarían, fueron las doctrinas y la hipocresía de ellos. Esos dos males Jesús los compara con la levadura que sutilmente pudiera ir penetrándolos y sin darse cuenta ellos quedar contagiados con la misma enfermedad, predicando equivocaciones y comportándose con doble vida, una sincera y otra tramposa, mal.
En el evangelio según Mateo en vez de Herodes se dice "los saduceos" (Mt. 16:6,12). Los tres grupos compartían las mismas epidemias y aunque por dentro eran enemigos, por fuera habían hecho un ejército de tres para enfrentarse a Jesús. Las doctrinas de ellos no concordaban entre sí. Los fariseos creían en la resurrección y en la existencia del espíritu humano. Los saduceos negaban ambas cosas. Y Herodes era más político que otra cosa y tenía partidarios en su política que lo apoyaban y estaban de acuerdo en la recogida de impuestos, y leudar a los judíos con sus doctrinas de sumisión al poder extranjero.
Ellos fueron los que se confabularon para hacerle aquella peligrosa pregunta a Jesús si se negaba a pagar impuestos o los aprobaba, con el fin de buscarle problemas con las autoridades o con el resto del pueblo (Mt. 22:15-18). Tal vez los herodianos estaban más apegados en sentimientos a los saduceos y sus doctrinas que a los fariseos y las suyas. Pero cada cual tenía su propio interés en este momento y el “bien” común era combatir a Cristo. La orientación de Jesús fue en este triple sentido, neutral, que rechazaran las doctrinas políticas de unos, las enseñanzas seculares y escépticas de otros, y la descarada hipocresía de los tres partidos influyentes en la población. Ellos serían por su limpieza moral y doctrinal la mejor alternativa para su sometido pueblo.
Les era relativamente más fácil guardarse de esas malas influencias que entender las Escrituras, y es por eso que el Señor vuelve a referirse a los milagros de la multiplicación de los panes y los peces que ya era historia bíblica en la experiencia cristiana de ellos y recordándola (v. 18) era como releer el evangelio. Les insistía en que examinaran lo que él hacía hasta que pudieran entenderlo y relacionarlo con la fe en él. Las señales eran sucesivas y formaban un libro, y debían ingerirlas y rumiarlas para sus momentos, pero no lo hacían.

Si alguno les hubiera preguntado sobre esos dos acontecimientos de modo histórico ellos podían contarlos palabra por palabra y coma por coma, porque los tenían recientes en la memoria. No les era tan difícil archivar el Nuevo Testamento en la memoria como discurrir en sus espíritus su contenido, y por ese vacío que dejaban los milagros sin recapacitar, continuaban con sus preocupaciones y excusas por el pan. Se darían cuenta, y debían aprender que leer bien la Biblia es algo más que repetir versículos de memoria y recordar sus historias. Podían tener una gran capacidad para la acumulación de textos bíblicos, que yacieran  inertes en su interior, y sacados en retahíla por su dueño, sin que el vanidoso papagayo obtenga fruto alguno. Aunque merece un responsable reproche quien califique de inutilidad la memorización de la Escritura, sin embargo se pueden bambolear en las astas del recuerdo las banderillas de kilométricos pasajes bíblicos, y filacterias agrandadas, con el único resultado que tiene la ciencia cuando abunda, infla (1 Co. 8:1). Estos pobres amigos de Jesús no entenderían las Escrituras hasta que en sus hermosísimos hechos no se quedaran ensimismados, como chupándose los dedos, y anduvieran cavilando en las señales que habían sucedido ante sus ojos y  pasados por sus manos para creer y vivir por ellas. 

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