Si somos muy queridos en nuestra pequeña iglesia ¡qué más nos da!
Sofonías 3: 4
“Sus profetas son livianos, hombres
prevaricadores; sus sacerdotes contaminaron el santuario, falsearon la ley”.
O como dice literalmente en vez de livianos, “globos”, están llenos de aire y
nada más, o sea carecen de peso o es mínimo. Sus profetas son “livianos”, y
entiéndase como vacíos o vacuos; la idea es que son como una pompa de jabón o
que no son importantes; lo que hace
importante a un ministro es la palabra de Dios, su santidad, es decir Dios. Si
el evangelio es relevante los ministros también son relevantes. La irrelevancia
de muchos ministros hoy es porque sus predicaciones son irrelevantes, y son
irrelevantes porque son intrascendentes, porque no son profundamente bíblicas y
porque tratan de sanar la llaga de la sociedad con liviandad (Jer. 6:14; 8:11);
se limitan a entretenerlos y hacerlos reír, para que pasen un buen rato los
oyentes o para que los feliciten con
palmaditas y le digan que predicó un buen sermón. Los grandes temas acerca de
la gracia, la redención, el pecado, la expiación, justificación, infierno, fe y
arrepentimiento no los tratan; por lo tanto no son ministros importantes en la
sociedad, son quizás populares, pero
livianos. La palabra falsearon en hebreo quiere decir que hicieron violencia a la ley de Dios, obligándola
a decir lo que no decía. Torturan los textos de la Escritura, si es que los
tocan alguna vez, y les obligan a decir lo que ellos no quieren decir. Y a ese mal en aquel tiempo habría que añadir
la falta de santidad de los sacerdotes. Si además de toda esas desgracias
anteriores se le añade que el púlpito está manchado moralmente ¿qué más queda?
Un buen ministro de Dios no es importante sólo el
domingo sino todo el tiempo, los otros seis días de la semana y los otros del
año. Sirve a su pueblo y al mundo con sus oraciones, con su estilo de vida, con
el éxito en la familia y con su carácter; y por dondequiera que pase va
distribuyendo bendición. Mantiene encendidas las lámparas del santuario, los
panes de la preposición listos, y esparcido el humo del incienso de sus
incesantes intercesiones. Y con todo, si los ateos y burlones secularistas no
lo consideran importante, el Creador del mundo lo tiene a él en mayor estima
que a todos ellos. Si somos muy queridos en nuestra pequeña iglesia ¡qué más
nos da!
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