Los poderes del fútbol, del canto y del mundo venidero

 He.6:4-6
“Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”.

FÚTBOL EN LA IGLESIA
El texto enseña sobre los que han llegado muy lejos en la iglesia sin ser cristianos, muy parecidos a ellos por la gracia temporal pero sin regeneración. En vez de hacer exégesis al texto como es mi costumbre quiero tomarlo en relación a los que se llegan a la iglesia atraídos por el deporte y las artes.
Empecemos por el deporte. Una de las cosas más bonitas que veo en los centro y suramericanos de la iglesia es el fútbol; de veras que es todo un arte el manejo de los pies para rechazar o impulsar la pelota y engañar al jugador contrario haciéndole moverse en un sentido equivocado y meterle un gol. Aunque el deporte de mi país es el béisbol, llevado mayormente por los americanos, el fútbol me parece que es más lujoso y movido, se siente menos impaciencia, se usa la cabeza por dentro y por fuera, da menos miedo que batear una bola que el lanzador la tira a ochenta kilómetros por hora,  y además en el fútbol no se mastica tabaco y se escupe menos. Así que esto que escribo lo digo como un neófito, con amor y como un ocasional y sedentario observador de los futbolistas.

Ahora, hablando de religión. El que viene a la iglesia solamente por un equipo de fútbol, se irá cuando otro equipo mejor le ofrezca un puesto; y en el caso que se quede por un tiempo sin gustarle mucho la palabra de Dios, oyendo impaciente los sermones, mirando el reloj de su mano o el de la pared, en caso que no sufra de adicción al teléfono móvil, es cuestión de tiempo y de oportunidad para que “ponga pie en polvorosa” (fea expresión) y quizás se lleve consigo el atlético, alguna admiradora o algún compañero de juego. Para que todas esas desgracias no sucedan será menester que el Espíritu Santo por medio de la enseñanza bíblica, por medio del pastor o alguien más, le dé a paladear “los poderes del siglo venidero” y el casi bienaventurado, no se vuelva en sus viejas costumbres pecaminosas. Si es que ha profesado la fe en Dios. Aunque en realidad si se le da a elegir entre su deporte y la iglesia, se queda con el fútbol.

Dejando tranquilos a los futbolistas y hablando de otros artes, el guitarrista, el de los platillos, tambor, el músico de percusión, y los cantantes. También estos si han llegado a la iglesia para usar sus dones naturales, no del Espíritu Santo, y no encantados por la belleza de la Biblia, pudieran “gustar la buena palabra de Dios”, si en la iglesia abunda, como dice el autor de Hebreos, pero sin separarse de pasiones carnales, y en ese caso la iglesia no podrá contar con ellos por mucho tiempo. Los casos que tengo en mente confirman que la llegada a la casa de Dios fue una guitarra y la separación de ella un violín, vino por una guitarra y se fue por un violín. Hay familias, buenos padres, que tienen aspiraciones para sus hijos y la iglesia les da la oportunidad para que ellos se eleven socialmente, entonces los alientan para que aprendan piano, flauta, tambor o cualquier sonido de percusión, ensayen cantos, y ya.

Si le gusta cantar, el chico o la chica, se envuelven en un conjunto “de alabanza”, se pone en frente y en la iglesia, dispone de un auditorio condescendiente con la calidad, y que aplaude con amor cristiano hasta la mediocridad, y gastan las palmas en aplausos porque no les piden mucho arte, aunque para los que conocen mejor el pentagrama les dé horror oírlos cantar. No obstante, cuando empiezan a cantar nos advierten que “lo hacen para el Señor”, que según ellos a Jesucristo le da igual con tal que se haga con entusiasmo y fe. El salterio de David, que fue el mejor compositor del Antiguo Testamento, dijo "tañed con júbilo, hacedlo bien" (Sal. 33:3), y no mal. 
Tenga cuidado con la ambición de hacer crecer su iglesia con cualquier método de recreación. Si dan clases de guitarra, de piano, de acordeón, de canto, de fútbol, sea celoso en la selección de los candidatos y con amor junte el evangelio con todo eso y que se enamoren de él tanto como de su arte o deportes favoritos. Si algún mal futbolista o pésimo músico se enoja y se marcha porque el director musical no lo clasificó, no derrame una sola lágrima por el de la guitarra o el de la pelota, porque la iglesia no era para él. Habrá otros campeones que sí  amarán a Dios y no se irán al mundo e iremos a verlos jugar o tocar, como hermanos en Cristo, y los aplaudiremos como si fueran Lionel Messi o Luciano Pavarotti.





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