Los serafines no esperaban que un millón de ángeles los aplaudieran
Isaías 6:2
“Había Serafines y cada uno tenía seis
alas. Con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban”.
Esto es una visión, esas criaturas no necesariamente tienen que existir
en esa forma. Indican que aún ellas, gloriosas, son indignas ante Dios. Son
vistas así para transmitir un mensaje en símbolo. Cubren sus rostros porque
aunque estando tan cerca no pueden o no se atreven a mirar al que es gloria por
todos lados, ni siquiera quieren ser vistos como son porque son conscientes que
hay en ellos “imperfección”; y del mismo modo cubren con dos alas sus pies
porque no quieren que el Señor mire el
trabajo de la providencia que han hecho por él, por su mandato, pero en
todo ello también encuentran que no lo han realizado como debieron, tal vez no
volaron tan prestos como se debía no entendiendo completamente la urgencia de
su comisión, o debieron ayudar más a los herederos de la salvación a combatir a
los principados y potestades de Satanás.
O no cantaron “Santo Santo” como debían
haberlo cantado. La música pudo no haber sido tan buena como Dios se merecía. Y
después de haber cantado se sienten avergonzados y se cubren la cara. No se
sonríen ni esperan un aplauso de los otros millones de ángeles que los están
oyendo. Y no se inclinan ante ellos y les dicen “gracias, gracias” porque si
estaban adorando a Dios ¿qué lugar tiene el aplauso allí? Nota que el templo
está lleno de la gloria de Dios y sin embargo ellos se hallan dentro de esa
gloria y muy cerca de Dios y dan
evidencia de esa cercanía mostrando vergüenza, respeto a Dios y reverencia
cuando se cubren el rostro. Adán se cubrió su sexo cuando pecó. Estos no lo
hacen porque no tienen sexo. Se cubren la cara.
Adán debió cubrirse el rostro y no el sexo.
Le dijo a Dios “tuve miedo porque estaba desnudo” (Ge. 3:10); debió decir “tuve vergüenza y me
escondí”; así estaría mejor. Tenía más miedo al castigo que vergüenza moral. Es
una vergüenza teológica porque tiene que ver con Dios, no con los ángeles y
menos con Isaías que es un hombre. De
todos modos, yo no sé dónde se halla la imperfección de los caminos de los
ángeles, soy pecador, pero por la humildad
de ellos me doy cuenta que cuando comparan
el trabajo que ellos hacen con lo que Dios se merece, encuentran que nada de lo
que perfectamente hayan hecho es tan perfecto como la gloria de Dios se merece.
Somos nosotros los mortales, los hechos de barro, los pecadores, los caídos de
la gracia, los que unas veces servimos a la carne y al diablo, los que
imaginamos que lo que hacemos está a la altura de nuestro deber y que nuestro
trabajo es perfecto (Mt. 25:30).
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