Gastan en calabaceras, pepineras y palma christis, sombras y enramadas

Jonás 4: 7-11
Y dijeron cada uno a su compañero: Venid y echemos suertes, para que sepamos por causa de quién nos ha venido este mal. Y echaron suertes, y la suerte cayó sobre Jonás. Entonces le dijeron ellos: Decláranos ahora por qué nos ha venido este mal. ¿Qué oficio tienes, y de dónde vienes? ¿Cuál es tu tierra, y de qué pueblo eres? Y él les respondió: Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra. Y aquellos hombres temieron sobremanera, y le dijeron: ¿Por qué has hecho esto? Porque ellos sabían que huía de la presencia de Jehová, pues él se lo había declarado. Y le dijeron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete? Porque el mar se iba embraveciendo más y más”.

Jonás fue una persona extraña y como profeta aún más, y Dios quiso que se conocieran las cosas más extrañas de su persona, como creyente y  mensajero divino. Internamente es una persona con muchas contradicciones, una de las más sobresalientes es su forma de amar la salvación de los pecadores; casi que uno no sabe si en realidad los ama, si lo que ama es su vocación, si es que realmente ama su vocación, y todo eso porque aquellas cosas más bellas y preciosas que Dios le había dado no giraban en torno a Dios sino alrededor de sí mismo.

Yo  temo, y me azoro, que él, si reflexionamos en nosotros mismos, tenga un parecido grande con nosotros; y tal vez por eso, y para eso, nosotros, el Espíritu nos haya dejado conocerlo por dentro, su extraña forma de ser, su paradójica vida espiritual. En esos términos quiero meditar, no con un sentido de superioridad sobre él, sino como de alguien que puede referirse a nosotros mismos. Todo este capítulo es su retrato final, el último toque de un boceto que se hizo de su imagen espiritual. Por dos veces  él desea la muerte (vv.3, 8), sin contar que cuando la tempestad en el mar, pidió que lo ahogaran (1: 12). ¿No es una persona extraña aquella que apetece la muerte? No que tuviera sentimientos suicidas, no, sino que prefería morir pero no para estar con el Señor “lo cual es muchísimo mejor”, no es por una ferviente esperanza activa dentro de su fe sino por frustración, decepción, por conflictos internos, para no obedecer la voluntad de Dios. No quería obedecer al Señor y por eso, por esa gran causa, es que se siente interiormente tan mal como aquí lo leemos.

¿De dónde vienen nuestras frustraciones, decepciones y faltas de ganas para vivir? ¿No provienen de nuestra incapacidad para adaptarnos a la voluntad de Dios para nuestras vidas? Queremos ir por un camino que Dios no quiere y no queremos ir por donde nos ha pedido que vayamos, queremos ser lo que no quiere que seamos, estudiar lo que no quiere que estudiemos, trabajar en lo que no nos gusta y hasta vivir donde no quiere que vivamos. Cuando cumplimos la voluntad de Dios, sólo con mucha crisis, como él la cumplió cuando fue tragado y vomitado por un pez, lo hacemos a regañadientes, sin pasión alguna, como un deber impuesto, una comisión irrechazable, obligados, sin una gota de gozo y placer por lo que hacemos.

Como ya he insinuado, su prejuicio le era un gran obstáculo para ser de utilidad espiritual a otros. Jonás no quería predicar la salvación a Nínive para que los ninivitas no se salvaran, no quería compartir a su Dios, no deseaba que ellos escaparan el juicio que merecían; en su corazón no había piedad sino venganza, y ese fue al fin el mensaje que predicó, sin la más ligera exhortación para que se arrepintieran, sin mostrarles el camino para escapar del juicio venidero (4: 1, 2). Quizás no hemos podido ganar a más almas por esa misma razón, no las amamos por razones nacionales, las despreciamos por sus pecados culturales, por su aparente inferioridad, por el color de su piel, por sus hábitos alimenticios, por su vestuario, etc.; si no las amamos así como son, ¿cómo podremos salvarlas? ¿Cómo podremos orar por ellas? Quizás un obstáculo grande a nuestras misiones o evangelización sea nuestro prejuicio racial, o llámale prejuicios religiosos, si quieres.

Además, como ya indiqué en la introducción, otra gran dificultad que tenía Jonás como misionero y evangelista estaba en la centralización de su vida; él, su forma de ser, su manera de ver las cosas era el centro y no Dios. ¿Por qué se enojaba tanto? ¿Por qué se apesadumbraba? ¿Por qué se deprimía hasta la muerte? Sí, ¿tiene grandes motivos? Eso el Señor se lo insinúa en con una palabra: tanto, 4: 4,9). Analicemos el tamaño y el número de los motivos que tenemos para enojarnos, para lamentarnos, para llorar, para perder la fe, para renegar, para molestarnos con Dios y para rehusar el llamamiento a servir a los demás. No sólo dan risa sino que revelan una total inmadurez. Nos portamos como niños malcriados, nos encariñamos con las bendiciones divinas y cuando nos las quita nos enojamos, hemos aprendido a recibir pero no a compartir ni a perder. Cosas sin las cuales podemos vivir, son las que nos quitan el gusto por la vida, por la vocación. El dolor por la pérdida de ellas, la preocupación que nos invade cuando nos faltan, revelan lo autocentrados que vivimos.
 
El mayor mal, como cristianos, se refleja en la misión que tenemos que cumplir con la salvación de los pecadores. En esa área espiritual se manifiestan todas las deficiencias de nuestra personalidad cristiana. Sonrojémonos ahora al releer el reproche que dejó mudo a Jonás, (vv.10,11) con el cual se termina su libro, y quizás nos deje mudo a nosotros, “Y aquellos hombres temieron sobremanera, y le dijeron: ¿Por qué has hecho esto? Porque ellos sabían que huía de la presencia de Jehová, pues él se lo había declarado. Y le dijeron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete? Porque el mar se iba embraveciendo más y más”.  Oigan esa palabra, lástima, ¿qué significa? Piedad, compasión. ¿Por quién? Por la muerte de una calabacera, o pepinera, o palma christis. ¿No es ridículo, insólito, totalmente incomprensible? Hay quien sufre si se le muere un pájaro, una gallina, un perro, un gato; pero ¿quién por una planta? Por una planta que no cultivó, con la cual sólo pasó una noche y sin embargo tuvo una relación afectiva desproporcional (v.10). Y ¿no te preocupan los que mueren sin Cristo, sin oír una palabra de tus labios? ¿No sufres por ellos, no lloras por ellos?


No sólo no les predicas la salvación por medio de su cruz sino que no la deseas. No es que no le des un tratado a nadie nunca, sino que no oras por ellos, no lo deseas. Tú andas en la luz, ellos en tinieblas, tú, orientado por la Biblia y el Espíritu Santo, haces decisiones buenas, escoges lo mejor, pero ellos no saben discernir entre la derecha y la izquierda. Tú conoces y lo crees, que habrá un juicio final, que la paga del pecado es muerte, que hay resurrección de los muertos, que hay cielo y condenación, sin embargo no te dan ninguna lástima. No sólo no estás activo en la evangelización sino que apenas la financias, la mayor parte de tus recursos se gastan en ti, en calabaceras, pepineras y palma christis,  sombras y enramadas y otras cosas, pero no ayudas a vivir del evangelio a los que lo predican en tu lugar. Oh, que Dios tenga piedad de nosotros.

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