Al ritmo de la providencia de Dios
Lucas
12: 20-31
“Mas buscad su reino, y
estas cosas os serán añadidas”.
Para los discípulos: la
providencia de Dios. El asunto: el afán por las cosas materiales. ¡Cierto!
Busca lo espiritual y lo material viene; y uno aprende sobre la providencia
(Flp. 4: 11-13). El Señor añade muchas cosas a una demostración de fe que de
otro modo no se obtendrían o no serían "añadiduras" sino frutos de
afanes al costo de la vida espiritual. El afán puede quitarle sueño, enfermar
la mente, pero no es el remedio para nada; no cambiará las cosas. No vivas en
ansiosa inquietud (v. 29). La idea es quitarles la preocupación; que no pierdan
el balance mental y se encuentren sin reposo como se halla un meteorito en el
aire, errando de un lugar a otro y chocando aquí y allá; y todo eso es sinónimo
de afanes y preocupaciones futuras e íntima desconfianza en la generosa mano de
Dios.
A veces, y ahora aplico
algo en relación con esa no muy acertada traducción de inquietudes y afanes, en
relación con el trabajo espiritual. Se hallan razones teológicas, lo digo entre
comillas, o mejor decir sagradas, directamente relacionada con el servicio a
Dios, para justificar la pérdida del aplomo espiritual y el desajuste nervioso.
Así se visten los afanes de trabajos eclesiásticos que no son más que
incrédulas preocupaciones, desconfiadas incertidumbres y la perenne enemiga de
la fe, la impaciencia. Dios siempre es providente y cuando nos envía a hacer
alguna cosa ya tiene preparadas las bendiciones que acompañen la labor. Tardamos
muchísimo en obligarnos al ritmo de la providencia de Dios.
La ejecución del trabajo en
sí no es lo principal sino el pausado espíritu que debe acompañar la confianza
en las promesas divinas. El crecimiento, contundentemente lo dice el apóstol (1
Co. 3:6,7), pertenece única y absolutamente a Dios, y en esa región misteriosa
de la invención de la semilla y sus operaciones ocultas, no debemos intentar
conocer, porque lo que está bien en la biología y otras ciencias materiales, es
un atrevimiento indebido cuando la simiente es la palabra de Dios. Ella en sí
misma lleva su fruto y todo lo que pide el divino creador es que el sembrador
salga, siembre la semilla y se ocupe objetivamente y responsablemente de ella,
confiado.
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