Quieren irse ustedes también


1 Samuel 13: 8
“Y él esperó siete días, conforme al plazo que Samuel había dicho; pero Samuel no venía a Gilgal, y el pueblo se le desertaba”.


Esa fue la prueba de su fe. Saúl demostró no tener fe porque fue impaciente. El hombre de fe espera el cumplimiento de la palabra de Dios. La paciencia debe tener su obra completa, y no está completa hasta que reciba la promesa. Dios cumplirá su palabra; podemos estar seguros que la palabra de Dios es limpia (Sal. 12: 6), aunque fue escrita por hombres, la influencia de Dios fue tan completa sobre ella que no tiene ninguna impureza humana, mentira, falsas promesas y engaños. La escribió Dios con su mismo Dedo (El Espíritu Santo). Así que, ejercitemos nuestra paciencia, aunque sea a través de muchas dificultades, hasta que Dios cumpla lo que prometió. Esperar, esperar, esa es una difícil palabra.

Le estaban abandonando, así Dios probaba si tenía fe. Se quedaba solo. Debía esperar unos minutos más y Dios cumpliría su palabra. Aprende a esperar en la promesa de Dios hasta su cumplimiento. Serás tentado con más fuerza cuando la hora del cumplimiento de la promesa se acerque. Dios tiene su tiempo y si pasa el tiempo que ha dicho, si llegase a regular el tiempo, si extendiese el plazo y fuera más allá de lo que se dijo y se quiso, hay que seguir esperándolo, porque poderoso es para cumplir lo que prometió, aun fuera de tiempo. La fe tiene que ir más allá del cumplimiento del tiempo, entrar a lo negativo, lo contradictorio, lo imposible, aunque no vea futuro, que no quiere decir que no exista; es que el futuro no es de ella.

El futuro se mira en las promesas no en el tiempo ni en las circunstancias; por lo tanto los ojos no deben ser puestos en esas dos cosas sino en la Escritura, y ella no miente. Entender la Escritura es entender el futuro. Ella es el lugar donde el Espíritu Santo nos enseña el futuro, y siempre es bueno y noble, y mejor. Creer en él y amarlo aunque no cumpla su promesa, en contra de lo que ha dicho, más allá de la muerte y en el otro mundo. Las promesas no están dadas para poner a prueba la fidelidad de Dios sino la consistencia de nuestra fe.

No es apretar un botón y la promesa automáticamente se abre, como una puerta, sino ir de un lado para otro donde vaya la palabra, preservando la integridad dentro de la fe aunque no nos quede más tiempo ni esperanza para ver su cumplimiento (Dan, 3: 16-24; Jn. 11: 34-44). Padre nuestro que estás en los cielos, predicamos tu palabra, esperamos en ella, si da fruto bien, si no lo da, bien; si nos quedamos solos hágase tu voluntad; cuando se vaya el último nos quedarás tú, danos fe para decir a los pocos que nos queden en la hora del abandono “¿quieren irse ustedes también?” (Jn. 6: 67).

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