Jesús un hombre sagaz
Lucas 20:1-7
(Mt. 21:23-27; Mr. 11:27-33)
1 Sucedió un día, que enseñando Jesús al pueblo en el templo, y anunciando el evangelio, llegaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos, 2 y le hablaron diciendo: Dinos: ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién es el que te ha dado esta autoridad? 3 Respondiendo Jesús, les dijo: Os haré yo también una pregunta; respondedme: 4 El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? 5 Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? 6 Y si decimos, de los hombres, todo el pueblo nos apedreará; porque están persuadidos de que Juan era profeta. 7 Y respondieron que no sabían de dónde fuese. 8 Entonces Jesús les dijo: Yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas.
Comúnmente se presenta a Jesús mucho más relacionado con su obra de salvación que como hombre que vivió su humanidad dentro de un contexto económico, político y social, sin sustraerse como un individuo extraño bajado del cielo que nada tenía que ver con esas tres cosas.
Es interesante tratar de verlo con esa óptica por aquí y por allá dentro de los evangelios, como una persona propiamente humana e inteligente, un hombre conocedor de su ambiente y que sabe desarrollarse dentro de él, no dándole la espalda a nada, ávido de información dentro de su contexto y conjugando su comportamiento con lo aprendido en el mundo social de los hombres.
Generalmente para nosotros el énfasis importante de su vida es teológico y recae en su obra de salvación. Jesús también fue un ser humano que comía, sentía sed y se sentaba para descansar (Jn. 4:6), y vivió la vida de un carpintero en su carpintería (Mr. 6:3), y es de suponer que además de cortar y ensamblar maderas para los clientes tendría que conversar con ellos y ajustar los precios. Entendía de negocios y el deber de obtener ganancias (Luc. 19:13-27). Eligió vivir como pobre, porque como dice el apóstol, era mejor así para que fuéramos enriquecidos, no por el hecho de que él y su familia vivieran en la miseria.
Sabía que era un deber de ciudadano pagar impuestos (Luc. 20:25; Mt. 17:24-27), y conocía acerca de préstamos y de intereses bancarios; y en esa misma parábola hace referencia a Arquelao yendo a Roma para recibir el visto bueno de su reinado y como asesinó a los opositores, y dijo todo eso insinuándolo, sin nombrarlo. Tendría sus opiniones políticas y no separadas de la providencia de Dios (Jn. 19:11). Estaba informado de la política y manejos de Herodes y lo califica como una zorra (Luc. 13:32).
Si alguien tiene alguna duda con respecto a ese necesario conocimiento humano que tendría nuestro Señor, tendría que sacarlo de este mundo y hacer su biografía como en un vacío. En ese caso sería obvio que repasara su lectura sobre las “bienaventuranzas” en su sermón en el monte y se dará cuenta del profundo sentimiento humano y de justicia que contiene, y como entiende el hambre de justicia social y califica a los injustos como lobos. En varios de sus episodios, provocados por él mismo, es percibido como un vigoroso reformador, con ideas radicales que ponían nerviosos a los gobernantes.
Por sus palabras vemos a Jesús dueño de ellas, dice lo que quiere decir y no dice lo que no quiere decir, y habla claramente cuando quiere y cuando no quiere emplea parábolas que no entiendan, o gira la conversación en un sentido que queda incomprensible, por ejemplo (Jn. 2:19-21). En su trato con sus semejantes era más inteligente, sagaz y discreto que los hijos de las tinieblas (Luc. 16:8), enseñándoles a sus discípulos lo que él mismo era.
En cuanto al texto en cuestión, pudiera haber pensado así “estos responden lo que les da la gana y lo que quieren conocer de mí es para hacerme daño”; y antes de decirles que no le daría ninguna respuesta les hace una a ellos, no tanto para sustentar su negativa sino para buscarles problema. Todo el mundo sabía que ellos habían visto complacidos el asesinato de Juan el Bautista y aunque el pueblo lo tuvo como un profeta, como respaldó el ministerio de Jesús bautizándolo, se alegraron que Herodes lo hubiera quitado de en medio.
Por alguna razón los sacerdotes y escribas no dijeron “no nos respondas con otra pregunta, contéstanos lo que te preguntamos ¿quién eres tú para enseñar esas cosas en el templo y hacer allí lo que has hecho?”. Porque los hizo sentir culpables y sintieron miedo que él sacara a la luz pública ese asunto, del cual querían desligarse y esconder su satisfacción, y los relacionara con el asesinato de Juan en vista que no lo habían creído, aunque sabían que fue enviado por Dios. Jesús conocía los planes de ellos y lo que menos querían era que lo dijera, y nuestro Maestro supo sutil y sagazmente cómo dejárselos en claro, y no les dijo lo que ellos querían oír "sí, lo hago porque soy el unigénito Hijo de Dios" (Jn. 5:18). Y como en otras ocasiones, se quedaron sin palabras, dieron media vuelta y se fueron (Mt. 22:46).
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