El Temor de Dios
Si el Señor no pusiera su temor en nuestros corazones nos acercaríamos al pecado y lo tomaríamos. Hay cosas que un santo teme más que a la muerte, la pérdida de su comunión con Dios, el ser desechado por él, el tener que mirar su faz sin estar listo para ello, amancillarse en la carne, deshonrar su precioso Nombre, sucumbir a alguna tentación y acabar su carrera con lágrimas y suspiros en vez de con gozo.
Cuando un santo ve acercarse el peligro a esas cosas instintivamente huye, pero suele acontecer que una vez que la posibilidad de la humillación, el desamparo y la vergüenza pasen, su espanto también disminuya y con ello la prudencia de preservarse totalmente puro.
Necesitamos que el Señor ponga siempre su temor en nosotros, para que sea que el peligro espiritual se nos acerque o se halle distante siempre optemos por alejarnos de él y mantenernos a una prudente distancia que haga difícil que nos alcance. El jugueteo de algunos cristianos con el mal no es otra cosa que una alucinación satánica que puede tener para él consecuencias graves. El temor del Señor es necesario para no apartarnos de él y para mantener intactos nuestros vestidos blancos por lo cual dice: “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2Cor.7:1). Hoy debemos rogar al Señor por eso y que nos ponga su temor en nosotros para huir del pecado apresuradamente. Si conociéramos más el temor del Señor persuadiríamos mejor a los hombres (2Cor.5:11).
Cuidemos nuestra salvación con temor y temblor. Leamos con frecuencia aquellas sentencias donde él manifiestamente nos enseña lo horrible que es el castigo suyo y meditemos en algunos santos que han perdido el temor hacia El por algún tiempo y han pecado sufriendo consecuencias muy lamentables. La expulsión de Adán del paraíso es un ejemplo vivo, los dolores del parto en nuestra madre Eva otro, el desechamiento de Saúl, las lágrimas de David en su redoma, los alaridos de Esaú pidiendo bendición y el sollozar del apóstol Pedro.
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