El Oleaje del Mar de Vidrio
Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos (Mt.17:9)
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Las experiencias que los hermanos tienen con el Señor son válidas, pero vamos a ver, no constituyen la historia de la revelación ni son suplementos necesarios al Nuevo Testamento que ya está completito. Jesús cuenta con muchísimos inocentes hermanos a quienes les han enfermado el gusto relatores de experiencias ultra sensoriales y contadores de cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido a corazón de hombres, de forma tal que dentro de sus comunidades casi se ha perdido el hábito de leer toda la Biblia porque ha sido sustituida por libros del más allá. Son santos que se han vuelto tan entusiastas que salen para la reunión pensando, hoy “¿quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos)”; y no se preocupan de la palabra de fe que predicamos porque no les gustan muchos los sermones sin ese sube y baja por la escalera de Jacob (Ro.10:7-8). Y, sin tener en poco lo que alguno sienta por Cristo, no pocas veces edifican a sus hermanos supersticiosamente o con inconscientes mentiras.
Jesús pidió a sus tres discípulos que por algún tiempo al menos resistieran las ganas de decir lo que habían visto en la transfiguración. Pedro, Jacobo ni Juan podían hacer uso de aquella visión en sus sermones. No fue su propósito comunicarles aquello para darles un buen tema de predicación. No estemos a la caza de experiencias extraordinarias para beneficio de la iglesia, es mejor que por un tiempo no compartamos con nadie lo que hemos oído y hagamos como la madre del Señor que “guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. Ya no se está escribiendo el Nuevo Testamento ni éste necesita de nuestras débiles experiencias, tardías y secundarias.
Otro bienaventurado fue el apóstol Pablo que fue al tercer cielo, oyó palabras que se les prohibió repetirlas, y durante 14 años no mencionó ni una sílaba de aquello (2Co.12:1-5). Si hubiera sido como otros, al bajar de allá arriba, enseguida hubiera alquilado un estadio y llenado de gente, vendiendo su libro en la puerta donde cuenta su travesía por el paraíso, cómo anduvo por las calles y callejuelas de oro sin que lo asaltaran porque no hay ladrones que minan y hurtan, los nombres de ellas, el oleaje del mar de vidrio y el poder curativo de las hojas medicinales del árbol de la vida. Y todo eso por el nada menos que módico precio de quinientos denarios y doscientos cuadrantes, cobrando en efectivo, con cheques de banco y ¡vaya por qué no!, con tarjetas de crédito.
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