Dios es incambiable...yo no...


“Grande es tu fidelidad” (Lam. 3:23).

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Hoy he estado meditando en la fidelidad de mi Dios. Para mi alma eso tiene un gran valor, conocer que él no cambia, no se muda, ni tiene “sombra de variación”. Mi mente y corazón cambian mucho, ninguno de mis días son iguales, una mañana amanezco con mi ánimo alto, otra estoy desconsolado, una tarde me hallo ufano y robusto, otra la tengo cansado agobiado, unas veces tengo fe, otras vacilo, se lo que es estar caliente y frío, celoso e indiferente, sensible y endurecido. He sido fiel por algún tiempo y desleal por otro, amoroso a veces e indiferente otras. He sentido la gloria de Dios en mi alma y también su ausencia y mi confusión. Conozco lo que es apetecer de Dios y estar muerto para lo espiritual, ansioso por su comunión y vivir en letargo, he estado arriba y abajo, he subido y he bajado, en el cielo y en el infierno, en la carne y en el Espíritu, en el valle y en la montaña, en la piedra segura y en la arena movediza.


Pero en todo tiempo Dios no ha cambiado, siempre ha sido el mismo. Cuando yo no he sido fiel hacia él, él ha sido fiel conmigo, por eso comprendo lo que quiso decir el apóstol con estas palabras: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel, El no puede negarse a sí mismo” (2Tim. 2:13). Dios no es fiel por mi fidelidad sino porque quiere hallarse de acuerdo consigo mismo, por su propio carácter, porque es consecuente con su propio ser. Si ha prometido oír mi oración, lo hace, si ha dicho que me socorrerá en mi tentación, lo hará, si ha declarado que si confío en él me libertará y me llevará a puerto seguro, comprometida su palabra, ninguna faltará.

Su fidelidad, visto en contexto de la escritura profética, yace reposando no sobre la lealtad mía sino sobre su misericordia, y gracias a ella no he sido consumido con todo lo que él me ha dado. “Nunca decayeron sus misericordias, nuevas son cada mañana, grande es su fidelidad”. Una y otra vez podré ir a él porque siempre será mi amante y fiel Señor.

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