Que no lo embalsamen, es un candidato a la resurrección
Génesis 50:1,2
“Y ordenó José a sus siervos médicos que
embalsamaran a su padre; y los médicos embalsamaron a Israel”.
Aunque José ordenó necesariamente embalsamar a
Israel para poderlo trasladar a otro país, la costumbre en sí misma es un vano
intento para no entregarle a la muerte su conquista; idea desesperada de que
con química se puede retardar o vencer el devastador efecto de la
descomposición, como si preservando intacto la forma del cuerpo se preservara
la vida; como si se dijera "no lo queremos dejar ir, no ha muerto".
También el que se va a morir y ha pagado su
embalsamamiento, se conserva su cuerpo, puede hacerse la ilusión de que no está
muerto, que no se ha acabado de morir, que no se ha hundido completamente en el
Sheol y sigue de alguna manera existiendo en este mundo fuera del polvo. No, la
paga del pecado es muerte, el polvo volverá al polvo y lo más importante es
morir con la esperanza de la resurrección y no con la presunción que se está
vivo en forma de una espantosa momia, egipcia, israelita o hispana (v. 25;
He.11:22).
Son los hechos los que
deben seguir después de la muerte no el simulacro de un ser viviente, una
espantosa imitación (Apc.14:14). Que no lo embalsamen, es un candidato a la
resurrección, y de todos modos ya no está ahí sino con Cristo que es muchísimo
mejor. Los judíos, distinto a los egipcios, no aprendieron bien a embalsamar
sus difuntos.
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