Nunca juzgues el juicio y la misericordia


Juan 12: 36-43
“Estas cosas habló Jesús, y se fue y se ocultó de ellos. 37 Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él;  38 para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? 39 Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: 40 Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane. 41 Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él.  42 Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. 43 Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios”.


Jesús hizo bien en ocultarse de ellos, era mejor estar orando en un lugar solitario, escondido en alguna casa amiga en Betania, o confundido entre la gente, sin hacerse invisible por supuesto, que tener que estar discutiendo a cada paso con esa contradicción de pecadores, que pensaban que por cerrar ellos los ojos a la luz, más nadie la vería. Dijera lo que él dijera, hiciera lo que hiciera, aunque sus obras benéficas llegaran hasta el cielo y escucharan la voz del Padre declarándolo su Hijo amado, darían cualquier explicación que fuera, natural por supuesto, pero no creerían en él. Las buenas obras no podían negarlas, entonces se las atribuían a Beelzebub, o trataban de ignorarlas; el asunto es que no querían creer en él.

Sin embargo nadie se apresure a echarle mano al llamado libre albedrío, y haciendo de la teología una filosofía, así rebajada y empequeñecida, y afirme que Dios nada tenía que ver con la permanente incredulidad que estos sujetos mostraban. Este pasaje aún por buenos expositores calvinistas les suavizan el tono y acuden a la explicación del endurecimiento de aquellas personas como un producto de negación de la gracia y no que de alguna forma positiva y activa Dios haya contribuido a que se le rechace. La visión primera de esas palabras da a entender que la incredulidad de aquellas personas, forzosamente por el cumplimiento de las profecías, debían permanecer incrédulos. De ese modo se le da énfasis a la veracidad de la escritura. En cambio si se toman de modo que Dios esté activo lo que se enfatiza es la soberanía de esa Escritura.
Piense que si algo se escribe antes que ocurra y después se afirma que ocurre porque está escrito, lo que está escrito es un incambiable y un no modificable decreto. O sea que la noción de una libertad humana para aceptar o rechazar el evangelio, queda excluida.

Esa es la forma más estrecha si se quiere, y severa de interpretación; en todo caso, la Escritura no quiere que la defiendan los arminianos; ella sabe defenderse a sí misma sin tener que renunciar a la teología que forma parte intrínseca de sus páginas, y nosotros decimos que es calvinista la interpretación, no ella, y con una simpleza soberana les dice que eran incrédulos por cuestiones proféticas, por la dignidad y veracidad de la Escritura, quiere decir por eterno decreto divino y eso con vista a echarles encima el enojo de la reprobación.

Todo el que hable como profeta o como apóstol, tiene que aceptar la absoluta soberanía divina en la salvación para que la Escritura resulte infalible, y que Dios sea siempre veraz, y que les cerró con llave maestra el entendimiento para que no comprendiesen ni una palabra de Salvación, y les quemó los ojos con su Santo Espíritu para que no vieran ni un solo rayo de luz. Les estaba queriendo decir que la incredulidad y ceguera de ellos era un castigo divino, sin asumir que fuera una acción de permisión y no una ejecución activa de endurecimiento espiritual, que sin duda sé merecían. Si se asume que ese endurecimiento es el resultado del rechazo del evangelio y no su acción volitiva, de todos modos es difícil quitarle a Dios la responsabilidad de ese impacto.

La reprobación no es simplemente no escogerlos sino desecharlos, por razones que están escondidas en el "puro afecto de su voluntad" y son justas. No valieron sermones ni oraciones contra la reprobación divina. Y eso no lo dijo el profeta cuando se dio cuenta que no estaban creyendo a su anuncio y desafiaban los brazos eternos de Jehová, sino cuando en éxtasis espiritual se le permitió ver la gloria de Jesús, y lo indignos que eran.

O sea, que la reprobación no es una doctrina que sale de la frustración profética ni apostólica, ni es algo que ocurre a posteriori cuando los pecadores rechazan el mensaje que se les anuncia, sino que con anterioridad se escribe sobre ese rechazo, y que es la razón bíblicamente explicable del por qué los pecadores perecen: Por un castigo. A los profetas tanto como a Jesús no les interesaba darle explicaciones a la incredulidad de los pecadores por medio de filosofías y razonamientos griegos, sino por medio de la revelación escritural; y si eso no parece misericordioso, no tenemos derecho al juicio, porque jamás la misericordia debe ser juzgada porque por gracia somos salvos.

Y con todo, el evangelista haciendo memoria histórica afirma que los sermones de luz fueron creídos por algunos de los personajes de la época, entre los gobernantes, entre los miembros del sanedrín que por temor a perder los privilegios y las buenas opiniones de los demás jueces, como José de Arimatea y Nicodemo, se callaban la fe que ya tenían en Jesús, porque hasta el momento esta era pequeña y tímida, y aún no se había despojado de querer recibir la aprobación y el aplauso y la gloria de los hombres, si tenían que perderla haciéndose discípulos y bautizándose. Nunca juzgues la misericordia de Dios, y si la usa contigo, inclínate agradecido, y si ves negársela a alguien, tiembla.

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