No dejes tus pecados a la vista


Santiago 5: 16-18
“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”.


Confesión pública

Calvino y Robertson tienen una interpretación casi cautivadora de esta expresión, confesaos vuestras ofensas unos a otros y orar unos por otros para que seáis sanados (v. 16), él dice que se trata de cualquier pecado que uno cometa, puede ir adonde se halla un hermano, decírselo y pedirle que ore a Dios para que él le perdone. Si se mantiene la conexión de esta porción con la de arriba, por medio de un pues (oun) que nuestra versión no contiene, sería válida la interpretación; por lo menos muy posible.

Sin embargo hay otra interpretación y la tomaré no atreviéndome a recomendar esta por lo siguiente.

(1) Aunque es bueno tener una conciencia tan delicada que tras haber pecado nos sintamos llenos de horror y temamos ser reprobados y busquemos a algún compañero que nos ayude pidiendo para nosotros misericordias, aún así, es un riesgo, porque, ¿quién nos garantiza que después de haber intercedido vaya y descubra nuestro secreto a otro?

(2) La confesión de pecados a ajenos tiene un efecto debilitador, porque entristece al hermano, puede defraudarlo, echar por tierra la admiración que nos tenía y ya no servirle más de inspiración y peor aún, darle una justificación para cuando peque diga, “fulano también lo ha hecho” o sembrarle la idea para que cometa el mismo pecado.

(3) Se puede convertir en una práctica colectiva, con una proyección humana más que divina que haga que la confesión misma a un hombre nos alivie tanto que luego no se lo confesemos a Dios, y nos suministre un remedio que tranquilice sin perdón nuestra conciencia. Solamente la confesión a Dios trae el perdón, no la de nadie más.

La confesión de pecado tiene un lado peligroso, porque cuando uno cuenta su pecado lo revive en la imaginación, lo trae a su memoria y si no se está en la misma presencia divina, la evocación de tal recuerdo y los sentimientos que ello desencadenan se transforman como en una repetición del hecho. Esa es la razón por la cual sentimos miedo de hablarle aun a Dios de los pecados que ya una vez le confesamos, porque tememos que Satanás se aproveche de ello y haga que blasfememos su nombre. Nuestros pecados debemos confesarlos a Dios solamente.

Ofensor y ofendido

Prefiero entonces tomarlo como la autorización a confesar los pecados contra quien los hemos cometido. Nuestra versión suaviza o dirige la traducción en ese sentido y nos da ofensas, pero la palabra que Santiago usa es pecados. Cuando nosotros hemos ofendido a alguien tenemos que pensar que hemos pecado, o sea que conjuntamente con la ofensa también ofendemos a Dios. No podemos tener una doble perspectiva del pecado, que ofendamos al hermano por un lado pero que nada hemos hecho a Dios. No son dos cosas independientes.

El propósito de la confesión es la reconciliación, con Dios y con el hermano. Con Dios porque necesitamos el perdón del hermano, o al menos pedírselo, y porque cuando uno confiesa su pecado a un hermano muestra dos cosas que Dios acepta, humillación y arrepentimiento que son dos gracias importantes para que él nos perdone. Si uno peca contra un hermano, pero le pide perdón a Dios pero rehúsa pedírselo al prójimo, posiblemente ni aún Dios le perdone porque ha confesado su pecado al Señor pero sin gracia puesto que si la tuviera iría a reconciliarse humillado con aquel contra quién faltó.

La confesión en este sentido es útil para salvar la comunión de los hermanos en la iglesia y preservar la sencilla fraternidad. Si eso no pasa, se van formando bloques fraternales aislados  que amenazan  la unidad del cuerpo de Cristo. Por lo que dice el autor de la epístola la confesión es necesaria para poder sanar. Mientras no hables con el hermano al que has ofendido o que tú lo hayas hecho, no te sanarás. El silencio no sana esas heridas, quizás el tiempo. El posponerlo no cura esa enfermedad. Sin embargo si se hace, la reconciliación será más firme y más tierna la unión de lo que fue antes. Tendremos una iglesia con una fraternidad enferma y herida mientras no recibamos gracia para humillarnos y arrepentirnos en confesión. Jesús dijo que si cuando trajéramos una ofrenda a Dios nos acordamos que algún hermano tiene algo en contra nuestra, antes de depositarla en el altar divino, vayamos y arreglemos las cosas con nuestro prójimo.

También es necesaria para poder orar. Fíjate que la oración aparece después de la confesión. No se puede orar juntos mientras haya pecados por el medio, mientras las heridas no sean curadas, mientras la enfermedad del amor no se cure. Luego podremos orar, porque no podrán orar dos si no estuvieren de acuerdo. Ninguna práctica espiritual es posible sin la confesión mediando. Ni cantar, ni participar de la cena, ni evangelizar. Dios no acepta nada de eso, aunque lo hiciéramos obligados, porque no lleva gracia. El mismo Dios nos cura, nos sana, después de la confesión de nuestros pecados.

Como he dicho, Santiago apunta muchas veces hacia la oración como una gran cosa. Dijo que cuando se está enfermo se ore. Luego, tras la confesión se ore para sanidad. La confesión misma, por su propia naturaleza no es suficiente para sanar una relación enferma. La oración hace falta, no como un broche de oro a una conversación de reconciliación, sino porque hace que Dios obre. Esa es la explicación de la oración eficaz del justo puede mucho (v.16) o “mucha fuerza tiene una petición de un justo hecha eficaz” (Lit. griego). No es la fuerza de la propaganda, la fuerza de la iglesia, ni la fuerza de su dinero, ni de la personalidad o influencia de sus miembros. Es la fuerza de la oración la que todo lo puede. Esa es la fuerza que hizo que Elías cerrara el cielo y lo abriera. Fue la fuerza que trajo la sequía y la lluvia. La fuerza que obra milagros. Sin embargo es la fuerza de los reconciliados. Separados no somos fuertes, no podemos hacer nada.

Un hombre de iguales sentimientos

Santiago nos da el ejemplo de Elías y la lluvia. ¿Por qué escoge ese?  Quizás, hermanos escogió ese ejemplo  para añadir que era similar a nosotros; eso por un lado, y por el otro para mostrarnos las características o calidad de su oración, y la intensidad o fervor con que la hizo. En cuanto a la composición de su naturaleza adámica, el escritor confiesa que el profeta era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras (v.17). Honradamente, a mí me parece que esa traducción lo descalifica sin razón. Una traducción mejor es que Elías era un hombre “semejante en sentimientos” a nosotros. Es la misma palabra que se usa en Heh.14:15. No se dice nada de que Elías estuviese dominado por pasiones carnales. Así no hubiera podido orar ni menos ascender al cielo. Elías era un hombre, no un ángel, un hombre pecador, un hombre salvo, un hombre de oración, con los mismos sentimientos que nosotros, con nuestras mismas limitaciones, no un superhombre, no un supersanto, ni un dios.

Santiago dice que fue oído, pero no por algún mérito especial que él tuviera. La palabra "ferviente" también está fuera de lugar en el texto. Santiago lo que dice es "con oración oró"; y eso podemos repetirlo para nuestro provecho "con oración oró" "con oración oró" "yo voy a ser lo mismo, con oración oraré, con oración oraré"; y eso mismo tenemos que hacer, imitarle en la frecuencia de nuestras oraciones.. Más bien lo que enfatiza no es alguna cualidad interna de la oración, ni calor, ni nada, sino su insistencia en orar. Oró sin desmayar. La sucesión de oraciones.

El Espíritu no nos pide que pulamos nuestra oración, no hay que dar cursos sobre oración; eso es casi una profanación de lo sagrado, lo que hay que hacer es orar más, aumentar nuestro número de oraciones y el Señor hará maravillas.  Y si se quisiera aprender a orar lo que hay que hacer es aprender mucho de la Escritura, y mezclar su lectura y meditación, y estudio, con oraciones. La experiencia enseña que sin la Palabra de Dios es imposible orar, es ella la que nos trae al corazón al Espíritu Santo, nuestro ayudante e intercesor. Elías era un hombre similar a nosotros y si tenía alguna ventaja, consistía en que sus períodos de oraciones eran más largos.

Comentarios

  1. Me encanto esta exposicion! Se que hay muchos cristianos que piensan de q debemos de ser transparentes espiritualmente, que otros cristianos tengan "responsabilidad" de nosotros y por esa razon, tienen que saberlo todo. No se de donde vino eso, pero menos se donde se ha ido la verguenza del pecado. Lo voy a compartir.

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  2. Oh Ifdy, qué bonito que hayas visitado el blog de tu padre, que hayas leído una entrada tan larga en español, y que quieras compartir su contenido. Dios te bendiga pequeña mía.

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