Dos clases de inteligencias


Santiago 3:15-17
“Porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Pero la sabiduría que es de lo alto, es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía”.

Después de ver todo el cuadro, tanto en la iglesia como en los sinsabores que debe pasar su Ministro-sembrador y aquellos que hacen la paz frente a los sembradores de discordias, cuando se la quitan aquellos jactanciosos, pasamos como lo hace el autor, a analizar la “sabiduría” y “entendimiento” de ellos.

                   Una inteligencia que es mejor no tener

Comienza no negando que no sean sabios, sí les concede que lo sean, pero sabios de la peor especie, inteligencias que la iglesia no necesita porque la llama terrenal, animal, diabólica (v.15). Ese es el peor calificativo que pudo haberle dado, hubiera sido preferible para ellos no presumir o poseer sabiduría alguna, no ser ni maestro, ni jactarse de algo, ni mostrar fácil entendimiento y comprensión para las cosas que tener de todo y sin embargo que sea terrenal, natural y dominada por el diablo. ¡Qué  daño puede hacer una gran inteligencia en la iglesia que se halle dominada por el diablo! Hay demasiadas soluciones naturales, parece algunas veces carnales dirigiendo la iglesia, que por eso no es de extrañar que se encamine hacia el mundo, la carne y a los brazos del diablo. 

¿Estaremos dirigiendo la iglesia con sabiduría celestial? ¿De qué inteligencia puede complacerse una persona si con su comportamiento promueve los celos, la guerra y toda obra perversa? Somos muy dados, hermanos a admirar el pensamiento, rápidamente nos cautiva una gran inteligencia, nos arrodillamos adulando un cerebro luminoso, sin embargo ¿qué  pleitesía, elogio, alabanza merece si por su conducta abate la unidad de la iglesia y promueve luchas? 

La inteligencia, si vale para algo tiene que ser para la unidad de la congregación no para separarla; el que es verdaderamente sabio trabaja para unir a los hermanos, para enseñarlos a amarse no para causarles celos, para que adoren en paz, para que la siembra constante de la simiente del evangelio halle un ambiente apropiado, tranquilo y sin discordias, para que prospere para la gloria de Dios. Si alguien es sabio y entendido, que vigile sus acciones, las consecuencias de ellas y que trabaje por la paz de todos porque una mente chismosa, jactanciosa, que cree problemas, caos y despierte celos y envidias no la necesitamos. ¿No decimos un amén bien grande? Nosotros medimos la utilidad de una mente por el bien que se beneficia la congregación con tenerla, por la vida cristiana que desarrolla.

                       Definiciones de una inteligencia espiritual

Si lo de arriba es el propósito de un hombre sabio y entendido, abajo ella se define como santa o como dice Santiago primeramente pura (v. 17). Si un grupo de hermanos con sabiduría natural pueden convertir la iglesia en un caos o una casa del diablo, otro grupo con sabiduría celestial la pueden convertir en un paraíso, en un cielo para todos, para ellos mismos y para los demás. Primeramente libre de toda contaminación de egoísmo, jactancia y cualquier otra impureza. Si la sabiduría que decimos haber aprendido no conduce a los otros y a nosotros mismos un poco más cerca del cielo, no proviene de allí. Hay a veces en la iglesia mucha gente inteligente, dotada, capaz, pero que no son santas. Por donde empieza la sabiduría, por la pureza, por ahí también comienza la vida cristiana. Es el fruto del Espíritu Santo más confiable de que hemos sido convertidos por Dios.

Además, la inteligencia espiritual es pacífica y amable, busca la paz entre los hermanos, que la iglesia camine tranquila, que no haya contienda, que los hermanos se busquen para ayudarse y no para discutir y es sobre todo bondadosa en el trato, gentil, atenta, cortés. Por ejemplo: Saluda a todos, cede el asiento a los otros, da las gracias por algún servicio, sostiene una puerta para que otro pase, coopera, atiende, se da gusto en prestar atenciones a los otros. ¿Así somos nosotros? ¿Nos dibuja el Espíritu con estas definiciones? No hay que dar malos tratos, gritar, responder mal. Eso no hace falta entre nosotros.

Está llena de misericordia y de buenos frutos. Sabe lo que es la misericordia divina sobre sí misma y también la pide y la ejercita con otros; le cuesta mucho trabajo pasar un juicio condenatorio contra otro porque siempre halla alguna razón para excusar y perdonar y por supuesto, cuando la misericordia triunfa sobre el juicio, los frutos son sabrosos, llenos de amor, perdón, gratitud, restauración, olvido;  visitando los huérfanos, las viudas, vistiendo al desnudo y alimentando al hambriento. La misericordia es el alma de nuestra humanidad y servicio. Vale la pena que procuremos conducirnos por ese camino porque de una conducta así, de arriba, celestial, es la que Dios quiere y la obra agradece. Así son las inteligencias guiadas por el Espíritu.

Los dos últimos frutos de una inteligencia espiritual son imparcialidad y sinceridad. Santiago dice: Sin parcialidad ni hipocresía. Otros traducen “adiácritos” como dudoso. Lo que no es muy atinado es la traducción nuestra “incertidumbre”, quizás pensando en que no duda. Pienso que parcialidad es lo que mejor se ajusta al texto, sin parcialidad entre un hermano y otro, sin hacer distinciones entre ricos y pobres, entre cultos e incultos, entre varón y mujer. Una inteligencia dada por Dios, de arriba, no discrimina a nadie ni finge tampoco. El que desarrolla el arte de mostrarse como no es, por perfecto que le quede su teatro, su inteligencia es natural, no espiritual, no del Espíritu. Ser completamente sinceros e imparciales con nuestros hermanos es algo que siempre debemos comprometernos ante Dios a mantener como norma de nuestra conducta.

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