María no está exceptuada
"Y al entrar en la casa vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron" (Mateo 2.11).
No hicieron un viaje tan largo para encontrarse con el rey Herodes, conocer algunos escribas y admirar a Jerusalén, o postrarse ante María. Nota bien en el texto que fueron directo al pesebre y se inclinaron ante el pequeño; entregaron a los padres el dinero pero la adoración no.
Ellos venían buscando al rey de los judíos que ha nacido, no a la madre del rey de los judíos, ni a la madre y al rey, ni al rey y a los hermanos. La estrella se detuvo sobre la casa no para que ellos supieran que allí estaba la virgen sino porque allí estaba Jesús.
No debes exagerar la importancia religiosa de María por la relación que tuvo con su Hijo, porque de todos modos para ella eso era un privilegio concedido por Dios: Nutrirlo, cuidarlo, verlo crecer en gracia, oírlo; pero María, igual que todos los creyentes, obtuvo la salvación de igual modo, por medio de la fe y con la bendición del Espíritu Santo sobre el evangelio, y por algo se reunía con la Iglesia, con los demás creyentes (Hch. 1: 14).
Y exactamente ocurrió así con los hermanos, cuya relación privilegiada, según la carne, ningún provecho les trajo. Recuerda que ellos no creyeron en él sino hasta que resucitó de entre los muertos (Jn. 7: 5).
Nosotros mismos no sacaríamos ningún provecho espiritual si él viviera en la carne entre nosotros. A no ser que el Espíritu nos lo revele, pasaríamos junto a él ignorándolo, menospreciándolo y no creyendo en sus palabras ni milagros. La salvación de todos los seres humanos, sin exceptuar a María y a sus hijos, es por medio de la revelación de Cristo. Si escoges a María primero, con o en lugar del Hijo, te quedarás sin él. El es el Salvador, no ella.
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