El arrollador Jesús


Estoy leyendo el libro de mi amigo Mike,  Am I Really a Christian? (9marks) by Mike McKinley, donde compara la fama de John Lennon con la de Jesús, y demuestra históricamente como el honor y la popularidad del Señor continúa, con un propósito u otro, mientras que la del primero, casi sobrevive sólo  en unas cuantas memorias.

"En 1966, John Lennon asombró a todos cuando con arrogancia dijo que los Beatles eran más populares que Jesús. La arrogancia de este hombre asombró a muchos, aunque ¿en realidad en tal momento en la historia lo eran? Los Beatles se encontraban en una exitosa época de fama mundial que en muy pocos rara vez han podido ser vista. Desde una perspectiva más amplia, por supuesto, la fama de este hombre perduró poco. Unos 50 años después la vida y carrera de este personaje ya habían sido relegadas al polvoriento depósito de la historia consultada solamente por la nostalgia y la curiosidad, y en última instancia toda ella reducida a los anuncios comerciales que dejan los zapatos Nike en la arena.

"Jesús por otra parte continúa creciendo en popularidad según pasa el tiempo, y eso sin mencionar que durante dos mil años la gente no ha cesado de hablar de él. Las revistas que semanalmente salen al mercado saben muy bien el buen efecto que tiene poner en la portada de ellas una pintura de Jesús, especialmente en Navidad y Semana Santa, y que eso significará el aumento de las ventas. Los señores que producen cines también lo saben que si filman una película acerca de la vida de Jesús generalmente les irá muy bien. De hecho el nombre de Jesús se ha convertido en todo una industria, llenando de billetes los bancos y las cajas registradoras" (pag. 43).

Todo eso me hizo pensar en por qué  Jesús sigue siendo popular, o en específico, qué es lo que hace que hoy tenga vigencia. Es sin duda, su vida y mensaje, por supuesto, y el modo en que ambas cosas enfrentan los desafíos y necesidades de cada época. Y es obvio que son los ministros del evangelio, con su método teológico-historico-gramatical de exponer el evangelio, y las contundentes vidas de los cristianos, lo que hace que el nombre de Jesús sea perenne. Con la mejor teología en los labios y en la imprenta y con gente santa y fiel caminando de por las calles, viviendo en los hogares, en los centros de trabajos y en las escuelas y universidades, Jesús continuará siendo un personaje notable dentro de la historia, hasta el término  de ella.

El compromiso máximo de la exégesis bíblica y la exposición del Nuevo Testamento, es sacar a la luz el Jesús real, el mensaje real y con él llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. Si lo que se predica son fábulas artificiosas (2 Pe. 1: 16), filosofías humanas, huecas sutilezas (Col. 2: 8) y tradiciones de hombres, por no mencionar el demacrado arminianismo, no hay futuro inmediato para el nombre de Jesucristo. La historia nos da la razón al registrar en ella aquellas sombras que se fueron.

¿Qué popularidad, sino en un pequeño club, tienen los estoicos y epicúreos del tiempo de Pablo? (Hch. 17: 18). Sin embargo los documentos de este judío cristiano son inmortales y durarán mientras exista el planeta tierra. ¿Y los doscetas o gnósticos que combatió Juan? (1 Jn. 4: 3).  ¿Dónde se hallan ellos sino en los ridículos y polvorientos recuerdos de las herejías cristianas infamantes? Ya ninguno de ellos está de moda. Todas las filosofías y tradiciones, como dice Pablo, se deshacen con el uso (Col. 2: 22). Son temporales, tienen su momento y seguidores pero pasan, y el tiempo las tira en algún recodo de la historia, o van a la letrina (Mr. 7:19). En cambio con Jesús no sucede así, porque está metido en las entrañas de la historia con pruebas indubitables, señal contradicha pero invita, que continuará arrollando siglos y dejando sus huellas, no en la arena como los zapatos Nike,  sino en cada piedra con que se construya cualquier sociedad, no por gusto de los hombres sino por la voluntad de Dios.

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