Cuéntalo pero no exageres

Mateo 9:32-34 (LBLA)

“Y al salir ellos de allí, he aquí, le trajeron un mudo endemoniado. [33] Y después que el demonio había sido expulsado, el mudo habló; y las multitudes se maravillaban, y decían: Jamás se ha visto cosa igual en Israel. [34] Pero los fariseos decían: El echa fuera los demonios por el príncipe de los demonios”.


Este es un caso contado solamente por Mateo; es algo que pertenece sólo a la exclusividad de su pluma. Se dice de la reacción popular al milagro que “la gente se maravillaba y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel” (v.33). Muchos años hacía que aquel hombre estaba en silencio. Se habían olvidado del tono de su voz. Oírle de nuevo el arameo en los labios fue algo que impactó a la multitud. No obstante fíjate en lo que dijeron: “Nunca se ha visto cosa semejante en Israel” (v.33).

Desde la antigüedad el pueblo de Israel sí había visto cosas semejantes, aun superiores, como las diez plagas en Egipto, el cruce del mar Rojo y el Río Jordán, los milagros obrados por los profetas Elías y Eliseo, etc. Lo que aquella gente dijo era una exageración. Deseando exaltar la persona de Jesús, daban un testimonio exagerado acerca de él. Es el peligro que conllevan los testimonios públicos que dan algunos hermanos cuando narran sus propias experiencias espirituales o las de otros. Agrandan las cosas, y varios aspectos de lo que han dicho no se corresponden a la rigurosa verdad. Exageran, donde Cristo ha hecho algo, ellos lo aumentan. Incluso, en su afán de exaltar el poder del Señor llegan a alabarlo por milagros que nunca ha obrado. Esos testimonios no son válidos, son fantásticos e irreales y hacen más daño que beneficio el contarlos.

Eso pasa en el campo de las adicciones, al alcohol, a la droga y en muchas sanidades. Los cristianos, los que amamos al Señor, tenemos que ser cuidadosos al contar y escribir sobre “las maravillas” que el Señor ha hecho, no sea que el diablo se apropie de eso para desvirtuar la santa verdad y su poder acabe en descrédito. Si bien es malo e ingrato no alabar al Señor por lo que ha hecho, peor es exaltarle con alguna mentira. El Señor no se disgustaría si primero uno examina bien un testimonio que ha oído, para estar seguro de que es una señal suya y no mitad verdad y mitad exageración. ¿No conocemos por la historia que en tiempos de Jesús se escribieron otros evangelios, conocidos hoy como gnósticos, apócrifos y no canónicos? A todos ellos la iglesia los desechó, por exagerados y llenos de invenciones que narran muchísimas cosas fantásticas que Jesús jamás hizo.

Comprendo que cuando asumo una actitud así, un poco escéptica, corro el riesgo de que se me tome como incrédulo, pero Dios que conoce nuestros corazones sabe que lo hacemos no por falta de fe, sino por amor a la verdad, pues no queremos extraviarnos ni extraviar a otros, dando crédito a ilusiones. Era cierto que el Señor había obrado un milagro pero era incorrecto aumentarle sus proporciones. Jesús no esperaba eso. Ellos estaban asombrados al oír al amigo hablar nuevamente, y no tuvieron cuidado en poner límites a sus propios juicios.

Hoy, hermano, el llamar a la prudencia es necesario cuando la adoración de no poco pueblo es menos y menos juiciosa, y sus cultos se llenan de emotivas exageraciones. En incontables testimonios públicos, evidentemente contados para exaltar al Señor o para maravillar la iglesia, no sería difícil descubrir sólo el obrar de Dios en la historia y en lo natural. O si se trata de una sanidad, quizás hallaríamos rastros del bisturí de algún buen médico que Dios previamente usó antes que se hiciera la oración de fe.

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