El dios del hombre natural no se llama Jehová ni Jesús
Jeremías 42:1-3; 20-22 (LBLA)
“Entonces se acercaron todos los jefes de las tropas, Johanán, hijo de Carea, Jezanías, hijo de Osaías, y todo el pueblo desde el menor hasta el mayor, [2] y dijeron al profeta Jeremías: Llegue ahora ante ti nuestra súplica, y ruega al Señor tu Dios por nosotros, por todo este remanente, porque quedamos pocos de muchos que éramos, como pueden ver tus ojos, [3] para que el Señor tu Dios nos indique el camino por donde debemos ir y lo que debemos hacer. Porque os engañáis a vosotros mismos, pues fuisteis vosotros los que me enviasteis al Señor vuestro Dios, diciendo: Ruega por nosotros al Señor nuestro Dios, y lo que el Señor nuestro Dios diga, nos lo haces saber y lo haremos. [21] Y hoy os lo he declarado, pero no habéis escuchado la voz del Señor vuestro Dios, ni en cosa alguna de lo que El me ha enviado a decir os. [22] Ahora pues, sabedlo bien, que moriréis a espada, de hambre y de pestilencia en el lugar adonde deseáis ir a residir.”
El hombre natural, el que somos sin el Espíritu de Dios, ora para que el Señor le haga conocer su voluntad porque dice estar dispuesto a hacerla, sin embargo, ¡qué poco le dura esa resolución! Inmediatamente que oye que la voluntad de Dios es opuesta a lo que él quisiera, rehúsa obedecer y termina haciendo lo que quería que Dios le dijera cuando lo mandó a consultar. El remanente de Judá quería ir a Egipto y Dios le dijo que se quedara donde estaba que allí lo bendeciría. Pero no hizo caso. Cuando le pidió a Jeremías que hablara con Dios a nombre de ellos lo que deseaban era oír de boca del profeta que Dios aprobaba las ganas que ellos tenían. El mejor lugar para estar no es donde nos guste sino donde Dios quiere que estemos.
Por naturaleza quisiéramos hacer lo que nos gusta y si hay un dios, que sea como somos, una especie de aliado o compinche. Nuestra corrupción es tal que quisiéramos que Dios santificara el mal, que aprobara y bendijera nuestras corrupciones, nuestras inmoralidades; quisiéramos estar bien con Dios pecando y que él mismo fuera como nosotros y bendijera y ayudara a nuestros placeres y deleites diversos.
Realmente que el dios de nuestros corazones naturales es Satanás, nuestros deseos son como los suyos y él provee y disfruta como nosotros con nuestras mismas desviaciones. Concede todo lo que se le pide. El hombre natural quiere un dios hecho a su semejanza, cuyo paraíso sea una proyección de esta misma vida que ahora tiene, más intensa y más realizada, en el colmo de la eternidad.
¿Deseas una religión que apruebe el pecado, mejor aún que no exista esa palabra, que todo sea lícito, sin prohibiciones de ningún tipo y menos con castigos, una religión que exprese en toda su potencia la naturaleza del hombre, sin cohibiciones ni represiones; que no exista lo vil o mejor aun que lo vil sea sagrado? ¿Un dios que no se llame Jehová ni Jesús sino Baco o Astarté?
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