Vela para oír la respuesta del Señor


Habacuc 2:20
“Jehová está en su santo templo; calle delante de él toda tierra”.

Habacuc dice: Jehová está en su santo templo, calle delante de él toda la tierra (2.20). ¿No es esto una pretensión, siendo el templo judío mucho más chico y menos suntuoso que aquellos otros, magníficos y soberbios de los dioses paganos? Sí, pero el templo de Jehová es un templo verdaderamente santo mientras que aquellos otros no eran sino sagrados burdeles, ninguna cosa dentro sino inmoralidades y superstición.

El llamamiento de Habacuc, en contraste con los ídolos “mudos” (vv. 18,19) de los idólatras es un llamamiento a la reverencia, la adoración, al silencio para escuchar la respuesta divina. El profeta, como se puede leer en su libro, ha venido teniendo problemas con sus oraciones principalmente. En el capítulo primero aunque reprocha al pueblo sus injusticias (1.1-4) y argumenta que un castigo por manos de los paganos lo que haría sería la exaltación de la idolatría y la fertilización de la adoración falsa, y le diera la razón a los dioses de madera (1.15, 16), se queja que Dios no lo oye (1.1; 2.1), pero sabe que le responderá porque está velando para oír la respuesta del Señor.

Fue una experiencia de oración muy provechosa para él porque aprendió que para oír la respuesta de Dios hay que estar callados, por eso pide a los paganos que se acerquen al templo del Señor con sus oraciones, con los sacrificios, que lo invoquen pero que no hablen, sino que al contrario, mediten, reflexionen y de ese modo hallarán la respuesta divina. Observa que en las primeras palabras introductoras al libro se dice que él vio la profecía (1.1), sin embargo no hay ninguna pero obtuvo su respuesta en el silencio. La contestación vino, 2.1-3, pero sin visión.

Para oír la voz del Señor lo primero que tenemos que hacer es callarnos porque si hablamos continuamente no podremos oír nada. Dios habla cuando alumbra nuestro entendimiento y con esa clase de experiencia podemos hablar más de entendí y supe que de vi. Cuando Dios nos habla a través de nuestro entendimiento lo hace por medio de su Razón, su Verbo, su Discurso, esto es, Cristo. Es una clase de comunicación universal que puede ser entendida en nuestro propio idioma, Dios nos habla y nosotros le “oímos” en la misma lengua en que hemos nacido; ese es esencialmente el don de lenguas, la comunicación razonable de Dios, sin lenguaje humano, para que entendamos en nuestro propio idioma.

El pensamiento, el razonamiento, amplía el intelecto, ejercita la imagen divina y los poderes concedidos por la Deidad cuando nos creó. Por otra parte, la respuesta divina viene por medio del entendimiento y halla inmediata respuesta en la conducta, enseguida tomamos una decisión. ¿No es eso lo que espera el Señor cuando pide a Habacuc que escriba la visión, el mensaje para que el pueblo, ¿qué?, lea, y ¿entonces qué?, corra. El mensaje del Señor debe ser objeto de estudio, por eso ordena que se escriba en tablas. La gran diferencia entre el paganismo y la adoración a Dios es el ejercicio del intelecto en la forma de culto. Mientras oramos nosotros mismos hallamos la respuesta, los pensamientos divinos se vuelven los nuestros y le encontramos la solución en nuestro cerebro, la cual estábamos buscando arriba, en la palabra que está cerca de nuestro corazón

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