Jesús explica nuestra muerte para que no nos dé miedo




MATEO 9:18-26
“…y levantándose Jesús lo siguió…y una mujer vino por atrás y se decía que si tocaba el borde de su manto sería sana”. 
El texto en conjunto enseña dos cosas bonitas, que nunca interrumpimos a Jesús, la fe no lo interrumpe. Mientras él caminaba para casa del oficial de la sinagoga esta mujer lo detuvo, pero esa detención no perjudicó para nada el bien que se proponía hacer a otra persona. Se podía haber demorado unos días como con Lázaro, que al fin la resucitaría. 
No debemos pensar que Dios está ocupado con otras personas, que hay mucha necesidad en sus iglesias, que otros son más nobles e importantes que nosotros, que existe mucho lío en este mundo y él tiene que atenderlo, millones de voces que se alzan a él y todas con una necesidad distinta en un lugar diferente; es decir, que pensamos que Dios no tiene un sábado para sí mismo, que no tiene una hora libre para reposar y por lo tanto tiene que dejar de lado lo menos importante o tal vez prolongar su tratamiento. No importa que Dios nos dé la espalda, de espalda sabe quién se acerca y lo que necesita tomar, ni tampoco importa que esté contestando la oración de otra persona para ocuparse de un centenar de otras. 
Por otra parte, aunque pudo sanar a la niña sin ir a su casa, fue porque quería enseñarnos a explicar nuestra muerte de un modo que no nos produzca miedo, es decir, como un sueño. Y como nadie tiene miedo dormirse porque sabe que se ha de despertar, nadie que crea que él es “la resurrección y la vida” debe temerle a la muerte porque él por medio de la muerte sacó para nosotros la “inmortalidad” por el evangelio que conocemos (Jn.11:25; 2Ti.1:10). Si el sueño es profundo pasarán rápido ocho horas, ocho siglos u ocho mil años, hasta que salga el Sol de Justicia y los granos de nuestro cuerpo oigan su voz y se reúnan para darnos un cuerpo “semejante al de la gloria suya” (Flp.3:21). Amén.

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