Hay que tener coraje para visitar a un enfermo con coronavirus



"Y tocó su mano y la fiebre la dejó" (MATEO 8:3,15).
Un leve roce, un simple toque y el mal salió. Y en otros sitios una simple mirada o una simple palabra (Mr.4: 39; Luc.22: 61). Este Jesús no podía quedarse escondido en la historia antigua. Su figura fascinante tendría que hacerse trascendente, y así ocurrió. Los súper pulcros y súper tacañones fariseos jamás hubieran hecho eso, tocar a un leproso o a una mujer con tifus. 
No, por su religión, y por miedo al contagio. Lo mismo que algunos de sus parientes que no van a un hospital a ver un enfermo ni visitan una casa para no enfermarse. Vale la pena correr ese riesgo, con coraje y fe, si fuera posible y recibiera autorización, para poner un termómetro a un contagioso, llevarle un plato de sopa y hacer una oración por uno diagnosticado con coronavirus.

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