La tierra guardará como sagrado nuestro polvo
Isaías
26:19-21
“Tus
muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán”.
Es difícil pensar que aquí sólo se
trata de la renovación de una esperanza fracturada, del regreso del pueblo a su
tierra, del cambio de condiciones; es cierto que este texto tiene que ver con
todo eso y, que ya lo profetizó Ezequiel sobre los huesos secos, pero aun así,
la esperanza cristiana en la resurrección está latente ahí.
Si
eres cristiano y conoces la forma de hablar del Espíritu Santo en el Antiguo
Testamento por medio de los profetas, y entras al mundo de ellos con Cristo que
es la llave maestra de la Escritura, te regocijarás al descubrir la esperanza
de la resurrección de entre los muertos; y como al Espíritu se le salía de la boca,
como quien dice se le saltaba, esa maravillosa promesa (Hch. 13: 30-32).
Nuestros cadáveres cobrarán vida y al despertar, lo primero que haremos es
cantar (v. 19); la tierra no podrá negarse a entregar el polvo de los santos.
Y
no sólo yo y tú, porque dice “tus muertos” vivirán. Los venerables cadáveres de
los santos ancianos, mis abuelos salvados, aquellas luces mortecinas que cuando
conocí parpadeaban para extinguirse. Mi hermano, que me dejó roto el corazón
con su partida. Mi linda hermanita, que como una pequeña flor fue arrancada de
súbito del pecho de nuestra madre, que aún la llora. Y mi compañero querido que
servía al Señor con lo mejor de su juventud. Un día enfermó cuando todos nos
reuníamos en el ministerio. Y él no estaba allí. Fue a la reunión pero no
llegó. Lo llevaron con dolor al hospital y cuando su joven mujer llegó junto a
su cama, él le entregó su última sonrisa, le devolvió el anillo de matrimonio y
le dijo: “La muerte nos separa”. Mi vieja madre, que a última hora oyó el
llamado de Cristo y se dispuso a leer la Biblia que le di, y arreglar su
marcha, resucitará con un cuerpo glorioso, como el de Jesús, un inmerecido
regalo de él para ella.
Señor
que al acercarme a mi muerte no tenga miedo, que recuerde en ese momento que
allí no estaré por la eternidad, que la tierra guardará como sagrado mi polvo y
cuando el Creador lo ordene devolverá mi cuerpo; y como resucitan las
hortalizas con el rocío así resucitaré yo al mandato del Señor, y ¡Dios mío!,
el Señor me recodará porque nos conocemos y al volver preguntará por mí, por este, por el otro, a la
tierra del olvido y ella le responderá “aquí lo tienes”.
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