Muertos invaden a Jerusalén
Mateo
27.52,53
“Y
los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían dormido
resucitaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Jesús,
entraron en la santa ciudad y se aparecieron a muchos”.
No
hay “domingo de resurrección” si no hay “viernes santo”. Ojalá hubiera dicho
que se les aparecieron a toda la ciudad, pero ese no fue el caso, no fue a todos sino a muchos, posiblemente
aquellos que los resucitados recordaban
con cariño, especialmente sus familiares y amigos, a unos para consolarlos
y a otros para exhortarlos a la salvación. Muertos que invaden a Jerusalén, la
ciudad cruel, incrédula y sanguinaria, a la cual se le llama “santa ciudad”. No
dudo que los muertos en el cielo intercedan por los que recuerdan en la tierra,
lo que sí niego es que puedan oír a los que pretenden dirigirse a ellos. No hay
comunicación entre esos dos mundos.
Fíjese
que el proceso de la resurrección de ellos comienza con la cruz. No resucitaron sino hasta después de la resurrección
de Jesús, por cuestión de orden y “preeminencia”, pero las piedras de sus
lápidas se partieron antes de que
Cristo resucitara, lo cual indica que la
esperanza cristiana de la resurrección del cuerpo tiene como precedente la
muerte legal de Jesús por los pecados de muchos; y que nadie puede imaginar
salir de su sepulcro en victoria si no han sido perdonados sus pecados por la
muerte de Jesús. Estas palabras son un regalo de Dios para nuestra esperanza
cristiana; aquel terremoto partió las lápidas de los sepulcros y dejaron sus
profundas cavidades abiertas para que su temporal residente saliese. El sismo,
como por orden divina, con violencia abrió las puertas de la eternidad, para demostrar que la muerte de la Vida
acababa de quitarle el poder al pecado. No que aquellos cuerpos fueran momias
que hubieran preservado sus formas; cualquiera que haya sido el estado de
corrupción que estuvieran sufriendo, estaban muertos, y la muerte de Jesús los
devolvía a la vida.
Dios
que sabe dónde se halla sepultado cada santo, eligió aquellos para que
retornaran a la vida, testificaran del acontecimiento teológico que los había
resucitado, y sus amigos y familiares creyeran en la expiación del pecado hecha
por Jesús en la cruz, la completa satisfacción que sirvió su muerte ante la
justicia divina y el origen de una nueva esperanza por medio de aquel suceso. Recibían
esperanza todos aquellos que habían sido enterrados en santidad, o sea, los que habían vivido en santidad antes de su sacrificio; o sea, que
aquellos santos pertenecían a los símbolos y sombras de Cristo en el Antiguo
Testamento. Con ese portento se les demostraba la conexión con la historia de
la salvación que tenía el sacrificio y la sangre de Jesús. El portento menciona
que fueron “muchos” los que resucitaron, que es equivalente a innumerables en términos finales, para
dar a entender que Jesús daba su vida por muchos,
y que en realidad no serían pocos los que se salven, sino que como hay muchas
moradas preparadas por él, así serían muchos los destinados a ocuparlas.
Y
en esos muchos, pienso, la fe de ellos sería un desafío a las mentiras de los sacerdotes y de los romanos, que
el cadáver había sido robado por los discípulos; desafiarían la versión
autorizada del gobierno; y desafiarían la teología
de los fariseos que afirmaba que aquel no era Hijo de Dios sino de Beelzebub; y
ellos serían muchos para servir como
evidencias de la resurrección de Jesús y de la extensión de esa esperanza;
podrían decir como los apóstoles, “lo que hemos visto y oído, lo que hemos
palpado, lo que hemos contemplado”. La verdad de la resurrección se esparcía
por todos lados, no dejando ni género de dudas que había ocurrido y que no era
posible la resurrección de entre los muertos. De aquí en adelante muchos
morirían pensando saldré de ese sepulcro,
no me quedaré ahí eternamente, no podrá retenerme indefinidamente; hoy entro en
él y algún día saldré, lleno de vida y con un cuerpo espiritual y glorioso”.
Servían para quitar la sonrisa incrédula
del rostro de los escépticos y burladores que la negaban y servían para
resolver el complicado dilema de la desintegración del cuerpo y su única
solución: La muerte de Jesús en la cruz. No puede haber para nadie “domingo de
resurrección” si no tiene su “viernes santo”.
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