Los ministros y la providencial mano de Dios
Marcos 6:7-13
(Mt. 10.5-15; Lc. 9.1-6)
“7 Después llamó a los doce, y comenzó a
enviarlos de dos en dos; y les dio autoridad sobre los espíritus inmundos. 8
Y les mandó que no llevasen nada para el camino, sino solamente bordón; ni
alforja, ni pan, ni dinero en el cinto, 9 sino que calzasen sandalias,
y no vistiesen dos túnicas.10 Y les dijo: Dondequiera que entréis en
una casa, posad en ella hasta que salgáis de aquel lugar. 11 Y si en
algún lugar no os recibieren ni os oyeren, salid de allí, y sacudid el polvo
que está debajo de vuestros pies, para testimonio a ellos. De cierto os digo
que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para los de Sodoma y
Gomorra, que para aquella ciudad. 12 Y saliendo, predicaban que los
hombres se arrepintiesen.13 Y echaban fuera muchos demonios, y
ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban”.
Nuestro Señor confirió a sus apóstoles poderes
similares a los suyos, es decir les trasladó su autoridad para que en su Nombre
predicaran el evangelio e hicieran esas señales. O sea, que fueran en el ministerio tan grandes como él.
Cuando uno empieza a leer este texto salta a la vista que el Señor quiso hacer
de sus apóstoles réplicas de sí mismo y les dio autoridad para desalojar los
cuerpos humanos de espíritus malignos (vv. 7, 13) y que sanaran los enfermos.
Esto de la expulsión de demonios parece ser algo primordial porque es lo que se
menciona dos veces; es lo impresionante, y es por eso que en el texto sobresale.
El arrepentimiento, que fue el mensaje que llevaban era acompañado por esos
otros poderes espirituales (v. 13). En cuanto a la unción con aceite es una
forma judía que de modo temporal fue practicada en relación con los enfermos; y
mientras la iglesia permanecía dentro de ese marco judaico los ancianos de ella
ponían en práctica ese ritual (Sgo. 5:14).
No obstante, lo principal de este pasaje fue
instruirlos en la confianza de la
providencia de Dios en el financiamiento de sus ministerios. Se sabe que
Jesús no tenía un presupuesto hecho para correr con las finanzas de su equipo.
El grupo dependía de las ofrendas voluntarias que recibían y de la hospitalidad
urbana de la cultura judía (vv. 8-10). Conjuntamente con esta forma
providencial, diaria, de sostenimiento económico de sus misioneros les hizo una
observación y una advertencia: que no llevasen con ropas ninguna maleta, ni se
preocuparan por usar ahorros o pedir préstamos para salir en esa misión, que
Dios el sostenimiento de ellos ya lo tenía arreglado y de eso él se encargaría.
No tendrían que vivir temblando sobre el dinero necesario para poder predicar
el evangelio. Ese inicio de fe no contradice en nada cómo se financian los
misioneros entre los gentiles en la actualidad.
Jesús les estaba enseñando la modestia en la adquisición de propiedades, en el vestir, en el
comer, porque eso quedaría regulado por la providencia divina. No vivirían más
allá de sus posibilidades. Exactamente así no se hace hoy, las iglesias
acostumbran, y otras organizaciones también, a recoger de antemano suficiente
dinero para emplearlo y pagar los costos de los ministros y misioneros, de modo
que ellos no tengan que preocuparse de otra cosa que no sea predicar el
evangelio de arrepentimiento y limpiar las vidas de influencias satánicas, y
rogar con amor y compasión por los enfermos. Ese fue el espíritu con que el
Señor envió a sus doce apóstoles en aquella gira misionera.
Fue un circuito temporal y habrían de volver a él
trayendo las noticias que todo había salido bien, y contando los éxitos
espirituales que habían tenido. Una prueba nada más para que no tuvieran miedo
en dejarlo todo y responder positivamente al llamamiento de Dios. Y en el
futuro tampoco sentir temor por quedarse sin provisión o recursos porque el que
los llamó tiene manera de cumplir su responsabilidad con el sostén de ellos. Las
lecciones tomadas por ellos en esta ocasión y experimentadas en un lapso corto
de tiempo habrían de servirles, y a todos los que leyeran esta historia
posteriormente, y estuviesen ocupados en la misma tarea, sacudir del corazón
cualquier susto porque falten los recursos para continuar haciendo sus
trabajos.
Este pasaje y las orientaciones dadas por el Señor
debiera ser leído con frecuencia por todos nosotros los sucesores de los
apóstoles para que además de conformarnos con un mínimo de sostenimiento, sin
buscar dentro de las mejores casas una vida más holgada, seamos capaces de
vivir sin estrés y de cumplir con la vocación encomendada por Jesús. Quiso
nuestro Señor desarrollar la confianza de sus ministros en la providencia
divina y convertirlos a ellos en réplicas suyas en ese sentido, puesto que
jamás se sintió inquieto por lo que había de vestir o de comer y como pagaría
sus gastos. Si Dios era capaz de darles poderes extraordinarios para que
triunfaran sobre los demonios y las plagas, también lo sería para proveer para
sus mesas.
No obstante el Señor les advirtió que todo no sería color de rosas puesto que
si los demonios no podrían hacerles perenne resistencia sí habrían hombres,
casas, y ciudades que habrían de cerrarles las puertas no queriendo tener nada
que ver con la predicación del evangelio, con su sostenimiento y ni siquiera
con escucharlos. Simplemente les dijo que no insistieran y se trasladaran a
otro lugar donde Dios tuviera gente más dispuesta a escucharlos y que dejaran a
tales endurecidos a cargo de la justicia de Dios, porque ellos tendrían un día
que presentarse delante del tribunal de Cristo y recibir su castigo, que habría
de ser superior en ese juicio final, al que le espera a las ciudades de Sodoma
y Gomorra.
Dios que sabe bien siempre lo que hace y tiene tanto
interés en que los pastores y misioneros no prediquen otro evangelio, que pensó
que si debidamente los ayudaba a confiar en su provisión eso les sería de
beneficio para conservar la identidad doctrinal sin comerciar por necesidad
sobre puntos de vistas importantes para la fe: aceptar ser pastores de iglesias
que les exijan taparles la boca a doctrinas que no les gustan de su credo. Los preservaría
de verse obligados por dinero a acomodar el evangelio a los gustos de los que
proveían sus sostenimientos. Si a ciertos pudientes oyentes no les gustaba la
doctrina que ellos predicaban por encontrarla severa, o les disgustaba tanta
Biblia en los sermones y preferían testimonios editados y vueltos a editar,
exagerados, y si no, les ponían mala cara, en vez de complacerlos podían
recoger las pocas cosas que tenían e irse, encomendados de nuevo a la mano de
Dios, que es mejor que “medrar” falsificando la palabra de Dios (2Co.2:17). O hacer
caso omiso y que esos señores se lleven su grupo y dejen el remanente en paz,
cuidado por un ministro virtuoso.
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