Un viejo mirándose en el espejo
Job 16:7,8
“Pero ahora tú me has fatigado; has asolado toda mi
compañía. Tú me has llenado de arrugas; testigo es mi flacura, que se levanta
contra mí para testificar en mi rostro”.
Es su costumbre bendita, la de Job, orar mientras
predica sus sermones a los amigos. "Estoy arrugado, me contemplo en el espejo y siento ganas de
llorar, se me cae la cara, la piel de mi rostro se vuelve fláccida; la frente,
las mejillas, los ojos y el cuello se han llenado de arrugas y me falta carne. Mis
manos a veces tiemblan; y tengo manchas de viejo donde antes la piel era rosada
y llena de sangre; hoy está pálida. He envejecido de pronto en unos cuantos
años, mi cabello ahora es gris y en poco será blanco. ¿Qué has hecho Dios con
mi salud y juventud? Conforme miro mi rostro otros lo miran y se extrañan que
haya envejecido tanto y susurran mi edad a mi espalda y se glorían de lo que yo
sé, que la juventud se me ha ido; voy al sepulcro oh Dios, los límites de mis
años se acercan (v. 22). Sin embargo, como he envejecido y me he llenado de
arrugas, ¡ajá!, ellos también se llenarán si son dejados en la tierra de los
vivientes, y les pasará lo que a mí, se llenarán de amargura el alma al ver
arrugas en el rostro y comenzarán a sufrir los años que les queden por haber
perdido la juventud. Y llorarán no tanto por la cercanía del final sino por
mirar lo que otros tienen y que no se puede reponer, menos años.
Y me digo a mí mismo, ¿cómo querré volver a mi
juventud si en aquellos tiempos no tenía lo que me has dado, una buena esposa,
hijos, nietos, una carrera, muchas y provechosas experiencias; una mujer, mi
vieja que no quiere que maldiga a Dios ni que me muera, que es como mi madre y
me cuida como a su cuerpo. Hijos, he perdido algunos, los otros son mis amigos
y me hacen volver al mundo de la juventud y me piden de la sabiduría que tú has
puesto detrás de mis arrugas. Mi vida ha sido de bendición e inspiración a
algunos y mis palabras los han confortado, por ellas han dejado el barro, la
noche del pecado; he hecho una buena inversión con mi vida; ¿cambiaría todo eso
por no tener arrugas en la cara? Tengo el consuelo que aunque mi cuerpo se va
desgastando mi espíritu se ha renovado y siento más que nunca un eterno peso de
gloria (2Co.4:16-18). Estoy próximo a conocer cómo fui conocido (1Co.13:12),
a ser vestido de inmortalidad, a recibir mi corona (2Ti. 4:6-8); me has
perdonado los pecados de mi juventud, he huido de la fornicación y de las
pasiones juveniles y me he guardado sin mancha del mundo; Dios mío, mis huidas
tú has contado y he escrito un libro para memorias no con tinta sino con tu
Espíritu sobre cosas santas. No lloro al ver mis arrugas, son las marcas del
Señor Jesucristo, evidencias de un alma madura, menos atractivo y codiciado
por el mal, para que yo sea más tuyo, hasta que me levante en la resurrección
con un cuerpo glorioso y sin arrugas".
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