Sin un vistoso currículo para enviar
Jueces 10:1-5
“Tola juzgó a Israel veintitrés años y fue sepultado. Jair juzgó veintidós
años y tuvo setenta hijos”.
Fíjate en la vida de esos dos jueces, Tola y Jair. Nota lo poco que la historia sagrada recoge de ambos, aunque sirvieron como jueces por largos períodos, uno por veintitrés años y el otro veintidós. Del primero sólo se menciona su nombre y la extensión de sus servicios; pero no se indica nada sobresaliente, ninguna batalla extraordinariamente ganada, algún conspicuo juicio tenido, nada, simplemente que sirvió al Señor por casi un cuarto de siglo en su ministerio, simple, sencillo, sin un vistoso currículo para enviar a cualquiera otra parte. Lo más importante para un siervo del Señor no es que se haga una crónica de su vida sino el servicio que desinteresadamente presta a Dios. Dios sabe dónde le servimos y lo que estamos haciendo porque con su bendición es que trabajamos.
En cuanto a Jair, tampoco se dice mucho de él salvo
que su éxito vino a través de su familia y con su familia. El más
conocido triunfo suyo fue en su hogar, tuvo ¡treinta! hijos que educó en los caminos del Señor y
llegaron a ser fundadores de ciudades. Juzgó bien a Israel y a su familia. Bien
pudo haber dicho: “Yo y mi casa serviremos a Jehová” y lo sirvió con todos los
suyos. ¿De qué vale ser de bendición a tantos y no salvar a los suyos? El nombre que recibimos por el triunfo de
nuestros hijos es más dulce que el que nosotros mismos ganamos; es un éxito
doble, un perfume más exquisito, una aureola más brillante. Filemón tuvo
una iglesia en su casa y Jair también, con treinta y dos miembros, él,
su esposa y sus hijos; y luego creció mucho cuando ellos se casaron, tuvieron
familia y engendraron hijos santos.
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