El oropel de Hollywood y Broadway


Salmo 62: 9
“Por cierto, vanidad son los hijos de los hombres, mentira los hijos de varón; pesándolos a todos igualmente en la balanza, serán menos que nada”.

La palabra vanidad que se menciona significa “vaciedad”, “transitoriedad” e “insatisfacción”. Y esas cosas no pesan nada, menos que nada. La vida y la gloria humana es precisamente eso, no pesan nada, caben en un dedal. Sin embargo la gloria de Dios sí pesa, como dijo Pablo “eterno peso de gloria” (2 Co. 4: 17); un poco, pequeña cantidad de la gloria de Dios hace que pese, en la verdadera balanza, la de Dios donde son pesados todos los seres humanos, pesa muchísimo, o sea no es algodón, paja, aire y humo. Vale más la aprobación silenciosa de Jesucristo a una vida que todo el oropel de Hollywood o Broadway. El lujo, la fama, los títulos honoríficos, elogios y adulaciones (Job 32: 21). 

Hay otra cosa que pesa mucho y es el pecado y del cual se nos invita a despojarnos (He. 12: 1). Su peso es terrible sobre la conciencia y la espalda. Todo ese peso lo llevó Jesús con su cruz, por eso nuestras cruces pesan menos, porque cargó con nuestras culpas encima de ella. Así que hallamos el peso de la gloria de Dios, el peso del pecado y el peso de las vanidades humanas.  Excepto la gloria de Dios todo lo otro es vaciedad, transitorio e insatisfacción.  Lo que realmente llena la vida humana es Dios, lo que le da sentido eterno para vivir. 

Estemos contentos con ser conocidos por Dios, sonreídos por él, aprobados por él, porque no hay satisfacción más grande que nos tenga en su memoria, que nos haya elegido desde antes de la fundación del mundo, que nos haya justificado, que encargue a sus  preciosos ángeles nuestra providencia y la esperanza de la resurrección. Nada en el mundo vale tanto y con más glorioso peso.

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