Buenas noticias para Pedro y María Magdalena


Marcos 16:1-8
(Mt. 28:1-10; Luc. 24:1-12; Jn. 20:1-10)
 1 Cuando pasó el día de reposo, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle. 2 Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol. 3 Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?  4 Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande.  5 Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. 6 Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. 7 Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo.8 Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo.


Todos los que vieron a Jesús resucitado necesitaban verlo, pero quienes más necesidad tenían, por gratitud o por remordimiento de contemplarlo y palparlo, fueron María Magdalena y el apóstol Pedro. Después de la crucifixión y entierro de Jesús las mujeres estaban inquietísimas y casi no podrían concentrarse en la solemnidad del sábado, deseosas de todo corazón que el día de reposo pasara, pues apenas podían conciliar el sueño. En cuanto el sol se levantó en el andrajoso horizonte, se vistieron y cogieron sus dineros para comprar perfume para el cuerpo del amado Maestro, un par de días atrás crucificado, como había hecho otro creyente (Jn. 19:39).  No habían perdido su gratitud, al contrario, todavía llorosas y conmovidas hasta las entrañas, tomaron el camino al sepulcro de José de Arimatea.

Ni remotamente recordaban una sola vez de las muchas que él les había dicho que no perdieran todas las esperanzas cuando lo hubieran sepultado, que su estancia en la tumba duraría poco y entonces ellos todos, destruidas todas las incertidumbres en sus corazones, estarían felices y sonrientes al volverlo a tener pero esta vez lleno de gloria, entre ellas.

La única preocupación que las agitadas hermanas tenían era encontrar algunos hombres bondadosos y sin miedos, que les removieran la pesada puerta de piedra que tapaba la cueva (v. 3). Y no fue necesario hallarlos porque el que mejor conoce las preocupaciones que tenemos por el futuro, y nuestras limitaciones, él tampoco quería que pidieran favores humanos. Les envió delante ángeles dispuestos para hacer el trabajo y el anuncio, y que no se comprometiera la veracidad de la narración y luego hablaran de hurto del cadáver y otras incrédulas sandeces.

El apóstol Juan narra la misma historia con dos ángeles, uno a la cabecera y el otro a los pies, de donde supuestamente debía encontrarse todavía el cadáver, en el espacio vacío. Marcos refiere la historia pero con un solo ser angelical que bastaba para remover el obstáculo que ellas nunca encontraron. Y María Magdalena, que todavía se quedaba con ganas de verlo, regresó y se encontró sola con Jesús que le quitó de una vez todo vestigio de dudas, afirmándole que a quien miraban sus ojos no era el hortelano sino él mismo, entonces le adoró (Jn. 20:11-16).De allí se fueron atónitas las mujeres y guardaron silencio sobre la visión que habían tenido, y ni una palabra dijeron del resultado de la inspección del sepulcro, que no daba nada, y estaba completamente desocupado.

Sólo se llevaron las contentas, un mensaje para uno de los queridos apóstoles, Pedro, que era el más triste de todos por lo que ya se sabía que él había hecho. Estas mujeres de la iglesia corrieron en su búsqueda y le dijeron que por causa de su melancolía tenían un mensaje especial enviado por Jesús para alegrarle el corazón, mientras él no fuera personalmente a recuperarlo. Es por eso que Jesús usó ese particular nombramiento, no para erigirlo sobre el resto y que se sometieran a él, privilegiado, como si fuera el padre de todos sino por misericordia para que no fuera consumido con demasiada tristeza.

Y Pedro, y todo el grupo, y el apóstol que vino después, Pablo, lo entendieron de ese modo, y ninguno lo llevó a Roma para sentarlo en una cátedra superior desde donde dirigir con bulas y decretos a todos los obispos y diáconos, y a toda la cristiandad. El que más avivamiento necesitaba era Pedro a quien el diablo había zarandeado con saña, y es por eso que en primer lugar se le envían esas buenas nuevas de resurrección, y que no siga diciéndose él y al grupo, que se va a pescar (Jn. 21:3), porque ya ese no será nunca más su oficio sino el de cuidar como un pastor de ovejas el rebaño de Jesús.

 Abajo una entrada relacionada con su muerte

El mejor e inesperado acto bondad  

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