Nunca he nadado; flotar como Noé sí
Mateo 14:28
"Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si
tú eres, manda que yo vaya a ti sobre las aguas".
Pedro quiere hacer lo mismo. Lo que hay que ver en
un camino que se empieza no es su longitud, profundidad, riesgos, sino la
cantidad de fe. Ninguna de aquellas cosas impidió que anduviera sobre el
proceloso mar sino su poca fe. Jesús le dijo que sí, ven, y Pedro salió de la
embarcación. Y quizás Jesús tenía en su mente la carrera apostólica de Pedro.
El ministerio
de Pedro sería como caminar sobre el agua, algo que no se debe ni siquiera
intentar sin permiso de Jesucristo,
sin que Dios le ponga el deseo y él lo llame. Cada paso que de es un milagro de su fe y si le
escasea empieza a hundirse. Nunca debe separar sus ojos de Jesús. La meta
siempre es Jesús.
Y la misma regla es para todos los sucesores apostólicos,
los ministros del evangelio. El llamamiento es como una aventura de fe. Una vez
que empecemos a caminar sobre el agua no
hay regreso al barco, los compañeros del apostolado no podrán ayudarnos, no
podemos mirar atrás, hay que proseguir sobre el agua sin detenerse, con viento
o sin viento, como miedo o sin miedo; unas veces casi sumergidos y otros
flotando, buscando con la vista al Señor. Jesús le dijo que sí para entrenarlo
como en parábola, para el ministerio. Como pescador Pedro tenía la alternativa
de nadar, eso lo sabría hacer, y si no recurrió a ella es porque en el
ministerio ningún otro substituto hay para la fe; podría haber llegado nadando,
pero eso no es cumplir el ministerio, tampoco fue su oración inicial ni el
ejemplo que en Jesús veía, que sabiendo nadar caminaba.
Como ilustración, si le sirviera saberlo a algún novato
compañero, testifico que sé lo que es hundirse en el ministerio, hasta la
cintura y el cuello y sentir que todo lo que he cuidado y soy quede bajo el agua;
sé lo que es tener miedo a las tormentas de la iglesia y tornados que giren
alrededor de mi nombre, y gritar en oración con pánico al que me llamó a ser
pastor, pero nunca, nunca he nadado; flotar como Noé sí, pero no he usado
recursos y habilidades aprendidas para no ahogarme; prefiero gritar al Señor y
hacerme responsable de mi falta de fe y osados pasos, quiero decir inmaduras decisiones,
y pasar un mal rato, que puede durar meses, que inventar algo o pedir ayuda a
mis consiervos cercanos, que posiblemente me echarían una mano para
librarme de las aguas profundas que me tragan.
Si algo nos sale mal, el apoyo de los compañeros en
el barco tiene su valor y se agradece pero el brazo de ellos es limitado y no
alcanza hasta donde estamos, y quien mejor puede socorrernos es la
oración a Aquel que procuramos imitar caminando sobre el agua de su no retornable
comisión (1 Co. 9: 16,17), Jesús.
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