Un día fatal
2 Sam. 11: 4,27
“Y envió David mensajeros, y
la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su
inmundicia, y se volvió a su casa Y pasado el luto, envió David y la trajo a su
casa; y fue ella su mujer, y le dio a luz un hijo. Mas esto que David había
hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová”.
Oh Señor, ¿es este
David, el hombre temeroso de ti, el hombre de oración, el poeta inspirado? Oh
Dios, ¡qué desconocidos nos hace el pecado! No, del David que ascendió al
tercer cielo podemos gloriarnos pero no de este adúltero, hipócrita, corruptor,
endurecido homicida, de ese en nada nos gloriaremos. Oh Señor ¿quién podrá ser
salvo? ¿Quién podrá ser santo y fiel en Cristo? ¿Cómo pudo sucederle eso? Ni
siquiera pensando que Dios lo permitió se puede hallar una explicación satisfactoria;
pero la caída en pecado de este siervo de Dios tiene que despertarlo
espiritualmente.
Aquí lo vemos
durmiendo al caer la tarde (v. 2) y paseando por el terrado. En sus mejores
tiempos de avivamiento en su alma hubiera estado orando como era su costumbre (Sal.
55: 17, nota la fecha del salmo 54 posterior al 51; éste es posterior también).
Hombre tan santo y no se da cuenta que está retrocediendo en espíritu y que ha
dejado de lado aquella práctica que era la vida de su alma. Si es el autor del
salmo 119 como se piensa, ¿dónde está aquel hombre que a las doce de la noche
se levantaba y tomaba su arpa y componía un salmo inspirado? (Sal. 119: 62) ¿Y
el que antes que saliera el sol le ganaba en su carrera, no le bastaba el día
para alabarlo? (Sal. 119: 147) ¿Fue éste el único día que interrumpió su
práctica? Un solo día fue fatal, el día
de su pecado.
¿Cómo le llama el
Espíritu a aquella relación? Inmundicia. Sí, eso es, nada sublime, nada bello,
nada limpio. El adulterio es sexo sucio. Oh Dios ayúdanos a cuidar nuestra
salvación con temor y temblor porque si en el árbol verde se hacen estas cosas
en el seco ¿qué no se hará? Si los que son mejores que nosotros y se descuidan
caen en esas faltas ¿qué de nosotros que somos inferiores a ellos? Concédenos oh
Dios, cada día estar cerca de ti, que no demos reposo carnal al espíritu, que no
repose cuando sea nuestro deber velar; guarda nuestros pies en sus alturas (Sal. 18: 33), que no
resbalen mucho (Sal. 62: 2). Velemos sobre nuestra vida espiritual y golpeemos el cuerpo, hasta que quede hecho ligero y espiritual y se remonte al cielo, como Elías en carroza de fuego o Pablo en rapto de divina inspiración (1 Co. 9: 24-27).
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