A pie juntillas y al pie de la letra
Juan 12: 44-50
44 Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; 45 y el que me ve, ve al que me envió. 46 Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. 47 Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. 48 El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.
49 Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. 50 Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.
Las palabras de Jesús hay que prestarles suficiente atención, y en cada frase uno tiene que preguntarse ¿qué quiso decir con eso?, y ese es el caso que a continuación leemos. Jesús dijo "el que cree en mí, no cree en mí", queriendo decir "no sólo" o tal vez enfatizando el hecho que lo que estaba diciendo se lo habían dicho a él; y su propósito con ese ir y venir en su lenguaje le pone énfasis a que el mandamiento que recibió de Dios, esto es, el evangelio que predicaba era de origen divino, y el que rechazaba su palabra estaba rechazando la palabra de Dios.
Aunque la palabra mandamiento pudiera referirse a la orden de Dios de que predicara, más bien se refiere al hecho mismo de que el evangelio constituye "un mandamiento nuevo" o un "nuevo pacto", es una adición a los Diez mosaico y se corresponde con lo que explicó con relación a Moisés, el "mas yo os digo". Tanto el evangelio como la vida cristiana son de origen divino.
Cuando hablar de luz y de tinieblas se está refiriendo a conocimiento e ignorancia; y su proposición consiste en alumbrar con el evangelio los primeros diez mandamientos. De esa forma dejó claro que la ley mosaica tenía que ser alumbrada con el evangelio, y que en los diez mandamientos no había vida eterna sino en la predicación del evangelio, quiero decir en el mensaje portador de la gracia de Dios como no lo hay en la ley.
Con todo eso hay algo interesante que es necesario suponer en cuanto al efecto que produjo la predicación del evangelio en relación con la vida eterna. Los judíos se sentían acusados con la predicación del evangelio, aunque esa no fue su intención. El testimonio de él los hacía sentir culpables.
No les estaba predicando la ley sino el evangelio, y sin embargo se sentían mal en sus conciencias, culpables y avergonzados. Jesús dijo enfáticamente que el propósito especial del evangelio no era engendrar esas dos cosas, sino pasar de ellas e inspirar un modo de vida superior. Si el propósito del evangelio fuera solamente engendrar arrepentimiento y culpa no sería el evangelio sino la ley de Moisés. La razón por la cual se sintieron culpables y juzgados fue por el contenido moral que tenía su evangelio. No predicaba sin ese contenido. Y no obstante con todo el amor y la misericordia que él les hablara, el evangelio no quedaba disminuido ni moralmente amputado, porque de haber sido así no se hubieran sentido juzgados, al decirles que "sus obras eran malas" (3:19).
Ojo que, si al evangelio se le sustrae su ética o si se disimula su moral, ya no es el evangelio porque no reproduce la imagen y semejanza con Dios; si sólo produce alegría y satisfacción, realización personal sin convicción de pecados, sin convertir en nueva criatura al oyente, es otro evangelio y no el auténtico. La sociedad moderna con la navaja afilada de la psicología secular se ha acercado al cristianismo para cercenarle su moral y que sea aceptado sin problema por el gusto popular. La pura gracia contiene ética.
A pesar de todo eso que no se puede negar, Jesús dijo que la meta de la predicación del evangelio no era producir culpa y vergüenza, ni siquiera un solitario arrepentimiento, sino una vida de fe, por cuanto dijo que sus mandamientos debían ser guardados, es decir vividos. Y esa modalidad de vida en el creyente cristiano consiste en su preparación para ser juzgado por las enseñanzas del evangelio, y que el resultado satisfactorio ha de ser vida eterna; y fue lo que dijo con "la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero" (v. 48). Jesús le estaba predicando a una audiencia incrédula y recelosa que escuchaba con suspicacia sus sermones, y aunque algunos lo oyeran de buena gana, para Jesús no era satisfactorio si no estaba creando un pueblo que no sólo a pie juntillas creyera su evangelio sino que lo viviera al pie de la letra, para vida eterna.
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