La teología que examinó la sangre de Abel el Justo


Amós 3: 6
“¿Sucede algo en la ciudad que Jehová no haya hecho?”

La pregunta es que si no hay alguna clase de castigo dentro de la ciudad, invasión, incendio, enfermedad, hambruna, accidente, etc., que el Señor no haya ocasionado.
Pero la obvia respuesta que es Dios, cambiaría si se le pregunta a una sociedad secularizada. Una ciudad secular y moderna respondería cualquier cosa menos que Dios se halle involucrado en tal y más cual asunto, y diría que los enemigos han echado abajo el muro de protección porque los guardas han sido negligentes, porque no hubo suficiente entrenamiento militar, porque con el presupuesto tan raquítico no se han podido inventar nuevos armamentos o comprarlos, que los incendios y barrios enteros hechos cenizas se debe a que no hay suficientes unidades de bomberos o la policía no hace su trabajo con eficacia, que las últimas plagas se deben a la poca higiene que hay entre la población, la ausencia de vacunación y el pobre adelanto de la medicina, que la pobreza es culpa del sistema social impropio y corrompido, que una nueva distribución de los bienes de producción, un control estatal sobre ellos y una mejor justicia social erradicaría el hambre, y que la multiplicación de accidentes se debe al alcohol y a la estrechez de las carreteras, o a la estupidez, o fortuna, pero, jamás de los jamases que todas conjuntamente con esas calamidades esté operando una Inteligencia Suprema y Soberana que toma venganza para hacer justicia por las faltas en general de la población.
Los investigadores, los médicos, los sociólogos, los militares, los políticos, los maestros y los economistas explican con satisfacción todo eso de acuerdo a la ley de causa y efecto, física por supuesto, no teológica ni religiosamente. La voz de la teología está excluida de opinar ni ella siquiera tímidamente se atrevería a dar un punto de vista anacrónico sobre la crisis hipotecaria actual, el desplome de la bolsa de valores, el triunfo de ideologías muertas y resucitadas, porque se reirían y haría el ridículo. Entonces esa joven señorita, graduada de los centros educativos y comerciales, pálida por la falta de hemoglobina en su fe, se arrima a la corriente del momento y dice unas cuantas cosas con lenguaje prestado de  los impíos doctores que le horrorizan, a lo cual ningún hombre “sensato” prestaría un poco de  atención.
Hay que llamar para que hable la vieja de apergaminada piel, la teología de siglos anteriores, pero que por órdenes universitarias no se le deja pasar por su vestuario anticuado y su lenguaje cortante, y porque esa sin miedo dirá lo que dirá y traerá el mensaje de Amós, de los nazarenos,  paulinos, de los calvinistas, y el Dios de la historia  le dará  la razón moviendo las circunstancias como su Providencia sabe para que no quede ninguna sospecha que ella es su voz, y que el mundo debe oírla de nuevo, porque es la correcta intérprete de los acontecimientos dentro y fuera de las metrópolis paganas y profanas, y es la misma antigua teología que recogió la sangre de Abel el justo y la examinó y halló razón religiosa para reconocer al culpable y su motivación, y  que coleccionó las piedras de la Ciudad Santa y afirmó que estaban tiznadas de hipocresía e incredulidad y halló escrito en cada una de ellas I.N.R.I,  la misma forma exacta del pensamiento humano enviada a la teocracia y a las democracias o dictaduras, la que se explica con claridad en la historia de Jerusalén y escribió que absolutamente ningún mal ocurre, no llamándose pecado, que Jehová  el Dios de los judíos y gentiles no haya causado,  y que se debe prestar atención al castigo y a quien lo establece (Miqueas 6.9).

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