La gracia revierte la maldición
Oseas 13: 14
"Oh muerte yo seré tu muerte, seré tu destrucción".
Estas palabras tienen un cumplimiento perfecto en la resurrección de Cristo (1 Co. 15:55,56), y en hebreo pueden ser traducidas en forma interrogativa. El sentido de Oseas en su última línea no deja duda que se refiere al juicio de Dios sobre Israel y no a alguna compasión que él esté pensando en mostrarle pero “la misericordia triunfa sobre el juicio” y la gracia revierte una maldición en bendición y es con ese espíritu que Pablo las usa bajo el poder de la resurrección de Cristo.
La promesa en el profeta se hallaba escondida para que la gracia la buscara y la hallara; y el Espíritu que la ocultó se la mostró al apóstol y le dijo; “ahí la tienes, está rebosante de virgen esperanza”; y el dedicado autor de la epístola la llevó a su corazón, la sacó de su tumba y la pasó a la cristiandad fresca y llena de vida. El Espíritu Santo, su original autor, le cambia el sentido cuando se la entrega al apóstol de la gracia. No nos gusta la muerte pero me encanta pensar en la resurrección con un cuerpo glorioso; saber que es un suceso destruido, que la obra y presencia de Cristo la llena toda y alumbra sus sombras. No es un túnel sin luz porque su antorcha es Jesús. Y con la cruz como lumbre la transitaremos. ¿No es despojarse de una ropa pecaminosa y dejar atrás los perversos instintos, malos pensamientos y un tabernáculo envejecido y carcomido por enfermedades?
Y como la gracia torna lo malo en bueno, el espíritu “que anhela estar con Cristo que es muchísimo mejor”, va a Dios, se lo llevan carrozas de ángeles y en un par de segundos se presenta en la puerta del cielo y solicita su entrada en gloria. Y se oye la familiar voz de la Escritura que desde adentro le saluda: “Bien buen siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor”. Y entra el alma sin sueño, a mirar al que tras tres días de combate sorbió la muerte en victoria.
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