La predicación de un Jesús ubicuo
Juan 20:19-23
(Mt. 28:16-20; Mr. 16:14-18; Luc. 24:36-49)
“19 Cuando llegó la noche de aquel
mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar
donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y
puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. 20 Y cuando les hubo
dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron
viendo al Señor. 21 Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a
vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. 22 Y
habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. 23 A
quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los
retuviereis, les son retenidos".
No fue una visita de cortesía la que Jesús les hizo.
Llegó hasta ellos para activarles el llamamiento al ministerio. El miedo que
los apóstoles sentían no era por ser encarcelados sino por morir. Si algo
necesitaban urgentemente, era cambiar el estado emocional que sentían. Un
estado psíquico que rápidamente no les abandonaría a no ser que Jesús duplicara
la paz en sus corazones (vv. 20,21). El Señor les dijo que no los dejaría
huérfanos, y con su presencia entre ellos les hace sentir que no están solos y
abandonados, sin líder y sin cabeza, sino todo lo contrario que allí está él, y
estará con ellos de una forma invisible e incorpórea; tal vez las
apariciones en diferentes formas fueran un entrenamiento para adquirir la
convicción que él sería el mismo aunque estuviera fuera de la vista, y que su
cuerpo glorioso no estaría limitado por el espacio u obstáculo alguno. Los
discípulos quedarían impresionados por esta nueva forma de comunicación con
ellos, y aprenderían que tendrían su compañía en forma espiritual con la
convicción que el Espíritu Santo procedía de su boca, que sería su mismo
aliento cuando les hablara y los acompañara como su vicario.
El hecho que Jesús soplara es un símbolo, un gesto
para darle firmeza y recuerda a la doctrina. Pertenece únicamente a él, y en
esa sola ocasión. No hay ningún registro apostólico que éstos fueran por el
mundo, soplando. Las palabras del v.23 son una repetición (Mt.16;19; 18:18); y
creo que lo más importante al escucharlas es aclarar que no se trataba de
entregarles a ellos el perdón de todos nosotros, ni a ellos ni a sus
sucesores, que son los pastores evangélicos y no los sacerdotes católicos
romanos. ¿Dónde ha leído usted en todo el Nuevo Testamento que Pedro, por
ejemplo, recibiera confesiones de pecados de los hermanos y les otorgara
perdón?
Las palabras leídas de modo superficial parecen
indicar que Jesús los estaba autorizando para que en lugar de Dios recibieran a
los pecadores y los perdonaran. Pero esa interpretación nada más que de
pensarla asusta. Dios no ha dado esa tremenda responsabilidad a nadie sino a
Jesús (Mr.2:7-12). Las palabras apostólicas que más se acercan a estas dichas
por Jesús, fueron las de Pablo, "porque para Dios somos grato olor de
Cristo en los que se salvan y en los que se pierden, a éstos ciertamente olor
de muerte para muerte, y aquéllos olor de vida para vida" (2Co.2:15,16).
Si tomo estas palabras paulinas, dichas por el
Espíritu Santo, que salieron de la boca de Pablo, e interpreto las de Jesús, lo
que quiso decir fue esto "por medio de la predicación, que es la llave del
reino de los cielos, y el testimonio de ustedes, los pecados de muchos serán
remitidos y los pecados de otros serán retenidos, o sea serán
endurecidos". La llave que abre y cierra la puerta del cielo es el
conocimiento que se adquiere por medio de la predicación (Luc. 11:52; Mt
16:19). La predicación es un don de Dios dado no solamente a Pedro sino a todos
los apóstoles, que salieron desde allí, seguros de predicar a un Jesús
crucificado, muerto, enterrado y resucitado, y hecho ubicuo,
omnipresente por la virtud del Espíritu Santo, abriendo y
cerrando la estrecha puerta de la salvación en todos los países y en todos los
auditorios.
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