Dejemos a la discreción de Dios lo que hemos hecho
1Cronicas
29:29,30
“Y
los hechos de David están escritos en el libro de las crónicas de Samuel
vidente, en las crónicas del profeta Natán, y en las crónicas de Gad vidente”.
Qué lástima que no tenemos también acceso a esos libros, tendríamos un retrato
más completo de David, la iglesia se beneficiaría con ellos; pero Dios no quiso
que así fuera, por lo menos para la posteridad. Nos queda reservado para el
futuro de los tiempos la admiración de la gracia de Dios en los que creyeron (2
Te. 1:10).
Por
otra parte, ¿qué de los autores de esas crónicas? Fueron leídas en su generación
y tal vez en alguna otra pero luego cayeron en desuso, no se hicieron más
copias de ellas, y al fin fueron olvidadas. Sus obras no fueron inmortales pero
Dios sí las recuerda (He 6: 10). Trabajamos para la memoria de Dios y no de los
hombres. Lo que se vaya escribiendo de mí en el libro de la vida es lo
importante, las cosas que se hagan para Dios (Mt. 10:42); pero algunos hechos
sencillos, asociados a Cristo y al evangelio, pueden ser recordados muchos
siglos después (Mt. 26: 6-13). No buscamos fama sino “honra e inmortalidad”
(Ro. 2:7)
Al escribir aquellas cosas, estos hombres sagrados, Samuel, Natán y
Gad, tuvieron en sus mentes buscar el provecho de sus ministerios, avanzar en
utilidad, extender sus vocaciones según la perspectiva de Dios y del pueblo, y
ayudar como David, a la generación en que vivieron (Hch. 13:36). Eso es todo.
Cada uno hizo su parte, colaboró y se olvidó, y dejó que se olvidara, a
la discreción de Dios, lo que habían hecho. Hacer por el Señor y por el
prójimo y dejar que la gente y el tiempo lo entierren si quieren, que hicimos
un poco para transformar el mundo y la obra intrascendente.
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