Los elocuentes ojos de Jesús
Lucas 22:54-62
(Mt. 26:57-58,69-75; Mr. 14:53-54,66-72; Jn. 18:12-18,25-27)
54 Y prendiéndole, le llevaron, y le condujeron en n a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de lejos. 55 Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos. 56 Pero una criada, al verle sentado al fuego, se fijó en él, y dijo: También éste estaba con él. 57 Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco. 58 Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy. 59 Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con él, porque es galileo. 60 Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó. 61 Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. 62 Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.
Hay que ser comedidos al relatar la negación del apóstol Pedro, y si se hace mencionarla como lo hace la Escritura, con simpatía y positivamente, quiero decir "sin hacer leña del árbol caído" porque el Espíritu Santo, y el uso que los evangelistas y la iglesia le dieron a la anécdota fue para engrandecer al Señor y justificar con amor cómo se procuró su restauración y el éxito posterior que Dios le dio. Regularmente uno oye hablar sobre este caso con escasa misericordia para exaltar al Señor y restregarle en la cara al apóstol su fanfarronería y debilitada fe. Lo que le pasó fue algo que el apóstol lamentó muchísimo y demostró con sus sollozos, no con dos o tres gotas, que lo que había hecho le dolía profundamente y recordando aquella mirada de Jesús, avergonzado de que lo vieran llorar salió afuera para desahogarse.
El evangelista dice que lloraba "amargamente" y eso quiere decir como mínimo que se estremecía y se sacudía todo, y un hombre como él no quería que lo vieran, aunque hubo algún testigo a su lado, quizás Juan (Jn. 18:15,16). A un hombre que se le vea llorar de esa manera no se le debe ni siquiera insinuar lo que hizo. La iglesia por supuesto que lo supo pero no le quitó el título apostólico, y lo comparó a una sólida columna sanadas sus tres grietas por el mismo Jesús, sobre quién se podía depositar todo el peso de la casa de Dios, y destinarlo para encargar la predicación a los judíos cristianos, especialmente a los que se hallaban fuera de su patria (Hch. 8:1; Ga. 2:9; 1 Pe. 1:1).
En cuanto a que "le seguía de lejos" no se debe explotar la frase diciendo que esa distancia era espiritual y a ella se deben sus tres caídas. Eso no es cierto. Lo correcto es decir que era un hombre valiente que cuando otros no se encontraban ni por los alrededores, él se hallaba junto con los enemigos de Jesús con tal de estar a su lado, y que el Señor lo viera allí. Es cierto que la historia escrita es minuciosa, que una muchacha esclava lo reconoce y lo acusa de cómplice, y que otro desconocido que lo estaba oyendo hablar identificó su acento galileo, y con mucha insistencia quería complicarlo en el asunto.
Todos esos detalles se recuerdan en la humillación del apóstol y explican por qué sumido en la vergüenza lloraba con amargura. Quizás la precisión histórica tiene como objetivo explicar tanto dolor. Se le advirtió lo que habría de ocurrirle y no lo creyó, no se creyó capaz de tanto, no pensó ser tan mínimo, y lo era. Aquí no es el gallo al amanecer el que le recuerda la predicción y lo induce al arrepentimiento sino la mirada de Jesús, y por supuesto que el mañanero cántico, aunque audible y hermoso, no serviría para nada sin la gracia del Señor, y cuando tal cosa pasó sin palabras intermedias, los ojos de Jesús fueron tan elocuentes como un buen sermón. Es imposible vivir y predicar con satisfactorios resultados, sin tener a Jesús mirándonos cerca.
amen!
ResponderEliminarEso es, hermana, amén. El que hizo el ojo, ve. Sólo necesitamos una mirada suya, un simple vistazo, para que trastorne los carros de adversidades que nos persiguen (Exodo 14:24).
ResponderEliminarHumberto:
ResponderEliminarSe le advirtió lo que habría de ocurrirle y no lo creyó, no se creyó capaz de tanto, no pensó ser tan mínimo, y lo era.
El primer pasito en nuestra santificación, es darnos cuenta quiénes somos, nuestra debilidad, pues solo comprendiendo lo necesitados que estamos, aceptaremos con mansedumbre que otro nos ciña y nos lleve donde nuestra carne no quiere ir.
:\
Renton, creo que tienes razón, primero que todo hay que reconocer lo propenso que estamos a cualquier cosa y si no podemos evitar alguno que otro resbalón por lo menos como dijo el profeta con convicción y esperanza, que Dios nos libre que no sean "muchos" (Sal. 62:2). En la última parte de tu comentario parece que estás haciendo referencia al martirio de Pedro, profetizado por Jesús ¿no?
ResponderEliminarCierto, y este mismo pasaje lo he utilizado en contra de la tonta -con perdón- creencia que dice que 'Dios es un caballero y respeta la voluntad humana'...
ResponderEliminarNo obstante, mi comentario fue teniendo en mente los tres primeros versículos del sermón del monte.
Primero darse cuenta del estado de pobreza espiritual, segundo lamentarse por ello, y tercero adoptar postura de mansedumbre y sometimiento a la Voluntad de Dios.
Blessings!
:]
Renton, curioso y bonito como ves la salvación en esos tres versículos, pero lo que dices es teológicamente acertado; cualquiera que conozca su propio corazón sabra de qué hablas, y te dará la razón que somos inherentemente perversos. Ninguno podrá ser rico en espíritu si no reconoce que es “pobre, miserable, desnudo” (Apc. 3:17). La satisfacción propia es insatisfacción de gracia. En las manos divinas se halla, como das a entender, todo, y sin sometimiento a la voluntad de Dios no hay principio, fin, ni triunfo en la vida cristiana. La gracia empieza, continúa y concluye la salvación. En las manos de Dios se halla “salvar y perder” (Sgo. 4:12), que es por eso que dices que hay que someterse a su voluntad. Cristo es “el todo”, no una parte él y nosotros otra (Col. 3:11); y quien reconoce eso, que es el principio y el fin, alfa y omega, es el único que puede venir y “beber gratuitamente” de la salvación (Apc. 21:6). Como tu concluyes, reconocimiento de pobreza, lamento y sometimiento. Con la barbilla erguida nadie es perdonado, sino de rodillas.
ResponderEliminarHehehe, el proceso de Salvación en los tres primeros versículos del Sermón del Monte no es algo mío!
ResponderEliminarNo estoy seguro, pero creo que lo saqué del libro de El Sermón del Monte de Maryn Lloyd-Jones,
http://www.buscadoresdedios.es/wp-content/uploads/2008/01/el-sermon-del-monte-vol1.pdf
http://www.buscadoresdedios.es/wp-content/uploads/2008/01/el-sermon-del-monte-vol2.pdf
Humberto:
Con la barbilla erguida nadie es perdonado, sino de rodillas.
Amén!
:]
Pues estás en lo cierto, todos decimos cosas que ya fuman parte de lo nuestro, pero no son tan originales, y eso no importa si son buenas. Sigue leyendo a ese médico predicador reformado, ¡y en la Internet!Ese hombre todo lo que dijo es bueno, y eso que predicaba sin notas, al menos así dice un biógrafo.
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