La Elección y Reprobación
Ro. 9: 6-24
“No es que haya
fallado la palabra de Dios; porque no todos los nacidos de Israel son de
Israel, ni por ser descendientes de Abraham son todos hijos suyos, sino que en
Isaac será llamada tu descendencia. Esto quiere decir que no son los hijos de
la carne los que son hijos de Dios; más bien, los hijos de la promesa son
contados como descendencia. Porque la palabra de la promesa es ésta: Por este
tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino que también cuando
Rebeca concibió de un hombre, de Isaac nuestro padre, y aunque todavía no
habían nacido sus hijos ni habían hecho bien o mal--para que el propósito de
Dios dependiese de su elección, no de las obras sino del que llama--, a ella se
le dijo: "El mayor servirá al menor", como está escrito: A Jacob amé,
pero a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Acaso hay injusticia en Dios? ¡De
ninguna manera! Porque dice a Moisés: Tendré misericordia de quien tenga
misericordia, y me compadeceré de quien me compadezca. Por lo tanto, no depende
del que quiere ni del que corre, sino de Dios quien tiene misericordia. Porque
la Escritura dice al Faraón: Para esto mismo te levanté, para mostrar en ti mi
poder y para que mi nombre sea proclamado por toda la tierra. De manera que de
quien quiere, tiene misericordia; pero a quien quiere, endurece. Luego me
dirás: " ¿Por qué todavía inculpa? Porque, ¿quién ha resistido a su
voluntad?" Antes que nada, oh hombre, ¿quién eres tú para que contradigas
a Dios? ¿Dirá el vaso formado al que lo formó: " ¿Por qué me hiciste
así?" ¿O no tiene autoridad el alfarero sobre el barro para hacer de la
misma masa un vaso para uso honroso y otro para uso común? ¿Y qué hay si Dios,
queriendo mostrar su ira y dar a conocer su poder, soportó con mucha paciencia
a los vasos de ira que han sido preparados para destrucción? ¿Y qué hay si él
hizo esto, para dar a conocer las riquezas de su gloria sobre los vasos de
misericordia que había preparado de antemano para gloria, a los cuales también
ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de entre los judíos, sino también de
entre los gentiles?”
I. Fundamento
Escritural de la Doctrina de la Elección
Estos son dos grandes
temas: La Salvación y Reprobación divina. ¿Por qué algunos hombres se salvan y
otros no? Para poder entender la elección y reprobación divina hay que entender
a Pablo; este hombre habla un lenguaje muy alto y tiene una espléndida
formación bíblica de la cual deriva su concepto de un Dios que es absoluto
soberano. El que quiera entender, y mayormente estar de acuerdo con lo que
expone, tiene como él, asegurar su fe en ese punto, Dios es un Rey Soberano y
Absoluto; y nada queda fuera de su dominio, ni el bien ni el mal, incluyendo al
hombre. Para poder entenderlo y estar de acuerdo con él hay que tener fe
en ese Dios Absoluto y Soberano, o sea, ser un siervo suyo y vivir dentro de
los dominios de su gracia. Por otra parte, para poder exponer correctamente la
elección y la reprobación, como Pablo, es preciso circunscribirse al
lenguaje de la revelación bíblica, no con el de Aristóteles, y exponerla
con sus argumentos hasta sus últimas consecuencias, que es el lenguaje de la fe
y el servicio cristiano.
Notarás que el
apóstol para responder esto no recurre al llamado “libre albedrío” porque eso
cae dentro de la filosofía de los hombres y él no la usa para nada. Para
responder a eso lo hace con una Biblia abierta en su mano, no con las opiniones
de los grandes pensadores de todos los tiempos. Va, e iremos con él, al meollo
mismo del asunto. Entremos al mundo de la revelación. El contexto de la
doctrina es el aparente fracaso en la salvación de los judíos.
El asunto de la
salvación de los judíos es un tema muy sensible para el apóstol y por eso para
explicar la incredulidad de ellos toma tanto espacio en su epístola. En la
porción que sigue el apóstol expone su criterio de porqué algunos judíos han
creído y otros no. Formado y educado dentro del pueblo elegido por Dios y del
mundo de las Escrituras judías, tiene una sola razón para explicar la
reprobación de muchos judíos y la salvación de sólo un remanente, la
elección. Los argumentos que siguen forman la superestructura sobre esta
doctrina básica.
Primero explica el
problema trayendo un ejemplo escritural, la elección de Jacob y la reprobación
de Esaú (vv. 6-13). Es su convicción que no todos los judíos son judíos, o sea,
que los verdaderamente judíos a los cuales hay que aplicarles las promesas de
Dios son los descendientes de Isaac, no los de Esaú; con ello lo que pretende
es afirmar que una conexión carnal con Israel de nada sirve.
Si penetro bien
dentro de su pensamiento, me parece que insinúa que los judíos que no han
creído es porque espiritualmente están más en relación con Esaú que con
Isaac. Su argumento, por su puesto, tenía que resultar muy ofensivo para los
judíos incrédulos; pero ellos no leyeron su carta. Para Pablo, como hemos
visto, es importante que permanezca intacta la infalibilidad de la Palabra de
Dios. Así que, si muchos, muchísimos judíos no han creído, no es porque la
palabra de Dios haya fallado sino porque en realidad ellos tienen sólo una
relación sanguínea, no espiritual, con las promesas divinas.
Redondeando lo que he
dicho. Es muy curioso su argumento, lo que quiere decir es que los judíos que se
pierden, los que son enemigos de Cristo y de su gracia, no son realmente judíos
(como ya afirmó en 2: 28, 29), que ellos aunque están dentro del pueblo judío
nada tienen que ver con el provecho que trae ser hijo de patriarcas, y miembro
de un pueblo adoptado como hijo de Dios y receptor de las promesas que ha hecho
un pacto con Dios. O que Dios le ha asegurado la constancia de su misericordia
por medio de un pacto.
Digo que el argumento
es curioso porque lo desarrolla como si tales judíos fueran descendientes de
Esaú, lo cual según la carne no lo eran, y no de Isaac. La fuerza principal de
su argumento la extrae de la doctrina de la elección, mencionada en el v. 11.
Dios eligió a Israel en lugar de Esaú. Los elegidos sí alcanzan la salvación,
los otros no, los que son espiritualmente más hijos del profano Esaú que de
Isaac (11: 7); alcanzan la salvación sólo unos pocos a los cuales llama
“remanente (v. 27). Este el misterio de la perdición y salvación de Israel.
Pablo no reposa su argumento sobre el mal comportamiento de ellos sino sobre la
elección divina, para un lado o para el otro.
Una vez que les ha
mostrado el ejemplo de Isaac y Esaú, explica la elección divina. La doctrina de
la elección la explica así: Dios los que elige, los llama (v. 11; lo cual es
una reminiscencia de 8: 30), y a los que llama los justifica por la fe,
v.11; a lo cual retorna en los versículos 30-32. Es importante notar que la
enunciación de la elección no es solitaria, es parte de un complejo de
doctrinas salvadoras que explican la ejecución del plan de Dios para la
salvación de los pecadores. Nota que la elección no procede de una filosofía o
ciencia humana; es un acontecimiento histórico cultural dentro de Israel; y
aparece sin hacer esfuerzo alguno para satisfacer la problemática intelectual
que ella ocasione. No, para Pablo, las doctrinas son la forma de Dios obrar y
la elección es eminentemente opuesta a las obras como se ve en el v. 11;
y la reprobación no es una consecuencia de su selección sino un procedimiento
activo dentro de ella y de su desechamiento, mostrado en Esaú (v. 12).
II. Argumentos y Extremos de la Elección Divina
El apóstol es un
firme defensor de la elección y no halla en ella ni trazas siquiera de
injusticia, como se supone por sus palabras que algunos pensaban (v. 14).
He ahí el asunto. El amor de Dios es libre, y libre de modo absoluto; y
esa es la palabra que nos cuesta comprender si es que podemos aproximarnos
intelectualmente a su comprensión. No podemos admitir que su única razón sea su
voluntad sin nuestros deseos y limitada lógica, y sin embargo, la elección
está en el centro mismo deslumbrante de su soberanía. Los dejo con esa palabra
para que a su sombra meditéis en ella toda vuestra vida.
Observa de nuevo, que
la autoridad que el apóstol usa para hablar así es la Escritura (v. 15),
y la interpretación que saca de ella excede a cualquier límite yéndose más allá
de cualquier extremo concebible, para dejar mudo a los más acalorados
disputadores de este siglo, “no depende del que quiere ni del que corre sino de
Dios que tiene misericordia” (v. 16). La misericordia no es un premio que se
alcanza, no se logra por habilidad y fortaleza; y esto lo dice, según pienso
entender, para deshacer “el ejercicio corporal que para poco es provechoso”, es
decir, la elaboración de la salvación por medio de las obras. El gran problema
del desechamiento de Israel es ése, la búsqueda de su fin en las obras y no en
la fe (v. 30-32).
Pero si eso fue lo
que pensó, lo pensó sólo por un momento porque inmediatamente no muestra ningún
temor en enfrentar el espinoso razonamiento humano con respecto a la soberana
decisión divina y aquellos que perecen (vv. 18-24). Prosigue en la misma línea
de la soberana elección para la salvación pero en sentido opuesto, al mismo
nivel, y aún con un énfasis mucho más absoluto, sin parpadear, sin retroceder
una pulgada, sin una gota de concesión, en el mismo espíritu del Dios Absoluto.
Ni una palabra se halla en el texto para defender a Dios ante los filósofos;
ellos no tienen el derecho de imputarle injusticia, no pueden pedirle
explicaciones a su soberana elección. La afirmación que “si Dios quiere puede
salvar a todo el mundo porque nadie puede resistir su voluntad, nadie puede
oponerse a sus propósitos” (vv. 19,20); no la considera válida y en sumo
grado no es bíblicamente explicable. Pablo razona como un súbdito del Dios
soberano, y esa pregunta en todos los ámbitos de su reino, nunca tendrá lugar
en sus labios.
Para Pablo, Dios es
absolutamente soberano, y como la salvación depende enteramente de él, porque
sin él nadie podrá salvarse, tiene que explicar la decisión divina de su
elección y lo hace a través de la misericordia soberana. De nuevo
enraíza su argumento no en la lógica griega sino en la revelación histórica de
Israel y el levantamiento del Faraón egipcio. Según Pablo, Dios no puede ser
criticado por sus procedimientos y el que no esté de acuerdo tiene que “cerrar
su boca” (3: 19; y 9: 20). Nadie tiene derecho a protestar cuando se trata de
una misericordia soberana.
Jamás otro hombre ha
ignorado tanto la sabiduría del mundo para establecer sus argumentos (v. 14).
No, no es injusto si aparece dentro de la revelación divina, si pertenece como
parte de los hechos de misericordia de Dios para su pueblo. Su argumento parece
extenderse y llevarse innecesariamente hasta una ilógica extrema, que “a quien
quiere endurece” (v. 18); no era necesario, no hacía falta, pero lo hace para
aplastar cualquier protesta contra su soberanía y aparente arbitrariedad. Los
que han sido educados dentro de los griegos y están fuera del pueblo judío no
podrán estar de acuerdo con él, como usted y cualquier gentil; pero Pablo es
completamente ciego para esa clase de sabiduría. La elección divina y la
reprobación no pueden sacarse afuera de la revelación, tienen que pasar del AT
al NT dentro de la Escritura, sin atender para nada las corrientes de
pensamiento en Atenas. Filosóficamente inaceptable. Es increíble lo lejos que
lleva su argumentación (vv.19-29), tratando a los hombres como vasos de barro,
no como criaturas razonables hechas a la imagen divina; para decir lo mismo:
Ante la soberanía de Dios el hombre es nada, barro.
En su combate se
vuelve a quienes hablan y dirige sus palabras al hombre, para desplomar, desde
su posición, el orgullo, la jactancia, la arrogancia y la vanagloria humana
(vv. 20-23). El hombre es tierra, es polvo, mísero barro por quien Dios se
humilla al tenerlo en su mano. Nada de considerarlo igual que Dios, nada de
tener en cuenta o pretender hacer valer sus preguntas y sus razones;
simplemente no le concede derecho a criticar la elección para salvación y la
reprobación. Primero, es imposible que un simple hombre tenga capacidad
para juzgar a su Creador y segundo es demasiado indigno y espantosamente
ingrato para hacerlo. ¿Quién te crees que eres, oh hombre, un dios? No eres más
que barro, todos tus muy brillantes pensamientos salen de tu barro.
A Pablo no le importa
lo que habla y en su vehemencia prosigue; y con su defensa parece más acentuar
la arbitrariedad divina y la injusticia que su soberanía. Pero no ceja,
continúa, Dios es siempre soberano y parece repetir, “de modo absoluto”,
con el mismo lenguaje de la Escritura ¡Oh Pablo, con la lengua de la Sagrada
Escritura!, que Dios crea el bien y la adversidad. Vierte las cosas en el
lenguaje de la revelación y deja para la teología y para los intérpretes la
apreciación que el hombre es el responsable de su pecado y actúa por su propia
voluntad y no empujado por alguna influencia divina. En Pablo, Dios es Rey, y su
teología es de fe y sumisión. Al hombre sólo le consta obedecer,
humillarse y darle gloria. Jamás ningún filósofo cuerdo hubiera hablado así,
sin embargo Pablo lo hace de modo que sus palabras puedan aplicarlas todos los
santos a sus vidas cotidianas, aquellos que estiman la Palabra de Dios y en
quienes Jesucristo es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos (9:
5).
Ha sido un error y
seguirá siéndolo, tratar de explicar la salvación y la reprobación fuera de los
parámetros bíblicos y usando otro lenguaje que no sea el revelado e inspirado
por el Espíritu Santo. El apóstol habla para hombres que piensan, porque de lo
contrario no hubiera escrito así, pero para hombres que deben subordinar la
razón a la Escritura, y pensar y teologizar como siervos del Rey, que se hallan
por debajo, pero muy por debajo de su Soberano.
Parece sentir así:
“Pensad como queráis, hombres, que Dios es injusto y cruel, porque crea vasos
para luego destruirlos, para exaltar su poder en aniquilarlos, que aunque él
los haya formado para eso, como a Esaú y a Faraón, sabemos que fueron ellos
mismos los que buscaron su propia destrucción, porque el lenguaje de la
soberana misericordia no lo convierte a él en un déspota injusto”.
Es necesario hablar
tal lenguaje en nuestra predicación, en nuestra teología y aplicarlo en nuestra
vida práctica, como siervos suyos, porque es el lenguaje de la fe, de la
absoluta sumisión, (incluyendo la rebelde razón humana) y del Espíritu Santo.
Amén.
Pastor, me encanta y que bueno que se haya extendido al tocar un tema tan importante como este, aunque nos tenía acostumbrados a reflexiones cortas y muy sustanciosas, pero hoy nos introdujo en la soteriología, que bendición pastor, me gustó mucho esta entrada.
ResponderEliminarHola Ps. Edinson León.
ResponderEliminar¡Dios mío qué extensa!, lo reconozco, es una exposición que hice hace años y la subí al blog porque me la pidieron. Yo prefiero que siempre sean breves. Esa es para los que como usted tienen la paciencia de Job. Ahora subí una más pequeña con defecto en el Font que “ni atrás ni delante” pude corregirlo. Gracias querido pastor.
Edificante Pastor, lo disfrute mucho y mientras lo leia mi corazon se llenaba de alabanzas a nuestro Dios. Que El lo siga bendiciendo.
ResponderEliminarHno. Mejias
Qué bueno Mejías que le interesó y le gusto la exposición y más que todo que su corazón se llenó de gratitud y alabanza al Señor. Un abrazo.
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