La Santidad del Cuerpo

(SOLO PARA LECTORES CON TIEMPO Y GANAS)


Romanos 7:1-25 (LBLA)

¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo a los que conocen la ley), que la ley tiene jurisdicción sobre una persona mientras vive? [2] Pues la mujer casada está ligada por la ley a su marido mientras él vive; pero si su marido muere, queda libre de la ley en cuanto al marido. [3] Así que, mientras vive su marido, será llamada adúltera si ella se une a otro hombre; pero si su marido muere, está libre de la ley, de modo que no es adúltera aunque se una a otro hombre. [4] Por tanto, hermanos míos, también a vosotros se os hizo morir a la ley por medio del cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a aquel que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. [5] Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas despertadas por la ley, actuaban en los miembros de nuestro cuerpo a fin de llevar fruto para muerte. [6] Pero ahora hemos quedado libres de la ley, habiendo muerto a lo que nos ataba, de modo que sirvamos en la novedad del Espíritu y no en el arcaísmo de la letra…”.



Esencialmente todo este capítulo es una defensa y prolongación de lo que dijo en el 6: 14; una contundente defensa para los que no confían en las obras de la ley para la salvación sino en la gracia de Dios por medio de la fe. Compara el versículo anterior con 7: 6, “de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra”. La palabra “régimen” es una interpretación del traductor y no aparece en las palabras de Pablo. Una traducción mejor sería “para que sirvamos en lo nuevo del Espíritu y no en lo antiguo de la letra”. Incluye la palabra “régimen” pero es mucho más amplio.


I. Ruptura Matrimonial con la Ley


En la primera porción del capítulo (7:1-6) da un ejemplo, como una alegoría tomada del matrimonio. Mientras el esposo vive no le es lícito a la mujer tomar otro marido pero si él muere ella queda libre de su sincero voto matrimonial y puede casarse con otro varón. La alegoría consiste en que si un pecador ha muerto con Cristo en la cruz, si Cristo murió en representación suya y resucitó, cumpliendo todos los decretos y actas que eran contrarias (Col. 2: 14); ya está libre de cualquier obligación con la ley y de cualquier voto matrimonial que anteriormente hubiera hecho con ella. La sinceridad, obligación y fidelidad matrimonial con la ley quedan rotas al morir en la cruz. Los judíos para quienes habla, v. 1, debían entender ese misterio. Muchos de ellos fallaban en hacer eso. No le daban ese significado a la muerte de Cristo ni identificaban al creyente de ese modo con la cruz.

Pero el apóstol continúa alargando su argumento y pasa más allá de la comparación al poder de la letra de la Escritura en la vida del creyente.


II. La Escritura Sola


A mí me parece importante este asunto, para los que queremos vivir fielmente como enseña la Escritura. La leemos, la tenemos como palabra divina, inspirada por Dios. De ella extraemos el conocimiento para saber lo que es bueno y malo, lo que agrada a Dios y lo que no le agrada.


Por lo que Pablo enseña, si leemos la Palabra y tratamos de obedecerla, fallamos. Por lo menos, lo que indica es que ese no es el primer paso, el primer paso no es aprenderla y comenzar a practicarla sino creerla; y al oírla ir por el Espíritu a Dios. El fin del mandamiento no es la obediencia sino la fe. En tiempos anteriores a la venida de Cristo la letra decía, “haz esto y vivirás”, pero ahora en el Espíritu, cuando el Espíritu de Cristo se derrama sobre toda carne, se dice más bien, cree esto y vivirás (Ga. 3: 10-12).


La fuerza para cumplir la ley no la da ella misma ni la puede comunicar al que la lee sino la fe. La ley lo que hace es colocar demandas y grita con voz sinaítica, “¡has esto y aquello!” pero el lector no puede cumplir las órdenes aunque lo desee, “porque el querer hacer el bien está en mi pero no el hacerlo” (v. 18). Ahí está todo el problema, el lector de la ley necesita un poder interno que no puede extraer de las páginas que tiene enfrente; y ese poder se lo da el Espíritu si se separa de la letra para obediencia y busca gracia, que es como se entrega el auxilio solicitado. Dice ¡ay de mí!, la Biblia está por encima de mí ¿qué hago? Gracia, gracia, Espíritu, Espíritu.


Te encuentras, entonces, que la función de la ley es presentar las cosas como están, (1) la imposibilidad humana para cumplir lo que se aprende de la Escritura (2) estimular el pecado, “pero el pecado, tomando ocasión en el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Así que, yo vivía en un tiempo sin la ley; pero cuando vino el mandamiento, el pecado revivió; y yo morí”. Y descubrí que el mismo mandamiento que era para vida me resultó en muerte (7: 8-10). Es un “ayo para llevarnos a Cristo”. Por la lectura del libro de la ley el lector comienza a conocer su propio pecado y es estimulado a que se lo que quite pero cuanto más lo intenta más abundante se hace; se le vuelve “sobremanera pecaminoso”. Se lo estimula. La respuesta al “No hagas” de los mandamientos, es sí. El esfuerzo por limpiarse se lo reproduce y cuanto más empeño ponga en deshacerse del pecado más fortaleza le comunica con su esfuerzo. Luego, Dios que conoce todas las cosas, sabe esto, y envía la ley y reclama la obediencia para que el hombre se conozca a sí mismo que necesita un Salvador. Para sí mismo el pecado es persistente e infinitamente poderoso. En ese sentido la Escritura no es el fin sino un medio para acercarnos a Dios. El sacar conocimientos de ella no es el fin sino el acercarse a Dios.


Nota que en su lucha interna por la santidad física, dispone de una mentalidad cristiana bien definida, “lo que aborrezco, eso hago” (v. 14). En eso se ve bien que es un hombre sincero que trata de actuar a favor de la ley; que alumbrado por el conocimiento de la ley sabe lo que es bueno y lo que es malo, “pues yo no conocí el pecado sino por la ley” (v. 7); pero no puede. Sabe mentalmente lo que es bueno y malo y se dispone a cumplir lo que el Señor le pide, “porque según el hombre interior me deleito en la ley de Dios” (v. 22), “así que yo con la mente me deleito en la ley de Dios mas con la carne a la ley del pecado” (v. 25). Tiene dentro de él una problemática con tres aspectos: su mente, su voluntad y su cuerpo. El problema para él, se halla en su cuerpo, dentro del cual existe una ley perversa y rebelde que lo gobierna contra su mente, “pero veo otra ley en mis miembros” (v. 23).


Cuando dice “veo” quiere decir “siento”, y por ley quiere dar a entender una fuerza compulsoria que lo obliga a actuar como no quisiera hacerlo. Pablo no está citando ningún texto de la Escritura para afirmar todo eso sino su propia experiencia cuando quiere cumplir la ley. Es la experiencia de un fariseo sincero, convertido a Cristo. En sus devocionales podría decir: “Oh Señor qué bella es tu ley, cuánto te amo” y con placer continuar leyéndola. Inclusive, podría hablar, enseñar, escribir contra el pecado, sinceramente; pero sin poder para vencerlo.


Como quiera, para Pablo la imposibilidad que siente para poder cumplir los deseos de Dios se genera en su cuerpo “porque mientras vivíamos en la carne, las pasiones pecaminosas despertadas por medio de la ley actuaban en nuestros miembros, a fin de llevar fruto para muerte” (v. 5); “pero veo en mis miembros una ley diferente que combate contra la ley de mi mente y me encadena con la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (vv. 23,24).

Su problema no es mental sino corporal. Aquí “cuerpo” y “carne” o naturaleza humana es lo mismo. Un cuerpo biológicamente desobediente a la Escritura. Esa es la fatal realidad del ser humano: su cuerpo pecaminoso que actúa poderosamente contra las buenas resoluciones mentales y fuerza la voluntad para cometer actos que si no se hubiera estado bajo semejantes presiones internas, no se hubieran cometido ya que luego pesan.

Muchos han descubierto que en el cuerpo y particularmente en la mente carnal, se halla el problema de la mala inclinación hacia el mal; pero han errado tratando de castigar el cuerpo para forzarlo a obrar el bien. El remedio para desobedecer la ley corporal no es físico sino espiritual, pero no por medio de la espiritualidad de la demanda y los mandamientos (v. 14) sino por lo espiritual, mucho más abarcativo, el Espíritu Santo. Desecha como inútiles los remedios religiosos aplicados al cuerpo para aplacar sus pasiones, “tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col 2.23). Ni tampoco la voz de la obediencia a la Escritura, porque las pasiones pecaminosas se fortalecen con la ley (v. 5).


El cuerpo tiene que ser entregado como propiedad del Espíritu Santo y dejado a su administración. La tarea del creyente que quiere santificar su cuerpo es entregarse a las palabras del Espíritu y a fortalecer su fe: orar y buscar sermones. Es un error tratar de obedecer lo que pide Dios quitándose esto y lo otro, haciendo esto y aquello, o esto sí y lo demás no. Se lee o se oye la “palabra de fe predicada”, y se procura creerla y de esa fe, cuando llene el corazón, brota como un manantial poderoso, las buenas obras y la capacidad para someter el cuerpo y colocarlo en la servidumbre de la fe y del Espíritu Santo.


III. Orientación del Texto



¿De quién habla aquí, del cristiano que lucha con la carne o del inconverso? Pablo habla con los que conocen la ley (v. 1); es decir, con los que quieren cumplir la ley de Dios. No está hablando para los paganos cuyas conciencias están corrompidas, ni para los idólatras que no conocen a Dios o para la gente maldita que no sabe su ley. No, sino para aquellos que “desde la niñez han aprendido la Escritura” o para los que siendo adultos se han hecho prosélitos judíos. Se dirige a personas que lo mismo que él tienen de qué gloriarse en la carne (Flp. 3: 4) y que tratan de alcanzar la promesa por las obras de la ley (Ro. 9: 30, 31). Estas son palabras para la salvación. Aclaro que son dirigidas a judíos cristianos que se congregan en la iglesia romana y están bajo la influencia de doctores de la ley y de aquellos que piensan que para ser salvo, aunque se crea en Cristo, hay que guardar la ley dada por Moisés. Eso quiere decir que son aplicables tanto a los que buscan la salvación como aquellos que ya se encuentran en Cristo, y su análisis sirve tanto para uno como para otro. No es hacer sino creer, estar bajo la gracia y al cuidado de la misericordia de Dios. (Leer a Eduardo en Sujetos a la Roca).

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