No imite la dieta de Juan, imite su valor
Mateo 3: 4
"Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y
tenía un ciento del cuero alrededor de sus lomos".
Indudablemente quería ser identificado con el
profeta Elías (2 Re. 1: 8). Ningún profeta obtuvo resultados tan buenos como
él, que la gente saliera en andas a
escucharle. Y no predicaba en un templo con aire acondicionado sino en el
desierto. ¿Podía tener buen humor con una dieta tan frugal, comiendo langosta y
miel silvestre? Supongo que una de sus razones sería condenar a los ricos y
fariseos gulosos y todos los aficionados al plato y la cuchara. Vivía como un
ermitaño. Su estilo de vida era condenatorio. Asceta.
Juan se vestía a la antigua, para ser identificado
con un profeta. Conozco a uno que se deja crecer la barba y no para de comer
para parecerse a Spurgeon. Pero a los cinco minutos de hablar ya uno se da
cuenta que el príncipe de los predicadores no se ha levantado de los muertos.
No hay tampoco ninguna gracia torcer un poco los ojos para hacerse como
Whitefield o tartamudear al explicar los diez mandamientos como si fuera
Moisés. Pero yendo al caso de Juan, vale su iniciativa de ser bíblico porque
sabía que de él hablaba la profecía y si Dios lo había comparado con Elías,
allá se dispuso a representarlo en su totalidad.
No se parece a algunos de este presente siglo malo
que renuncian al traje y la corbata, no para aparecer más bíblicos sino para
congraciarse con la sociedad, haciéndose ilusiones que los incrédulos serán
mejor atraídos por sus brazos desnudos,
en camisón y pantalones de vaqueros.
Honestamente, si no les gusta la corbata que no se
la pongan, a mí me da igual; si les molesta un traje que no lo usen, si es muy
grande el contraste con los pobres de la congregación, es mejor predicar en
mangas de camisa a que se ofenda un hermano por quien Cristo murió, pero no
para contemporizar como si eso fuera necesario para que presten atención al
evangelio, porque ellos lo que quieren es aparecer lo menos religiosos posible.
Pero si bien me importa poco que se vistan y corten o no el cabello, si son
peludos o lampiños, sí lo que dicen; miren, hasta domino mi contrariedad cuando
los veo sustituir el púlpito de madera por uno transparente, o ninguno, y
pasearse señoronamente sobre una soberbia plataforma con una Biblia colgando en
una mano y un pañuelo en la otra, y toda esa bonita escena, vaya qué buena
decoración, con un bello jardín de fondo. Pero que prediquen la Palabra.
No tengo la intención de vestirme como los
reformadores del siglo XVI, pero cedo a mi gusto por usar la “túnica de muchos
colores” del sistema de salvación por la sola gracia y la sola fe que ellos
tejieron para su amado José, en sus expositivos sermones y comentarios. El hábito no hace al monje pero dice
de las intenciones del monje. Y los sermones que se presentan vestidos fuera de
moda y anticuados, con sus viejos remedios para la sociedad moderna, son mis
favoritos.
Ah claro! no hay como los viejos remedios de la abuela para los males de siempre!
ResponderEliminarVienen sazonados con el toque de la experiencia y endulzados con el amor y el respaldo de años y años de sabiduría... jejejeje. :D
Acaboamos de escribir una entrada en el blog, espero pueda darse una vuelta en alguno de sus itinerantes viajes por la blogósfera hermano... :D
Hola Hno. Huerta, iré a tu blog. Bendiciones.
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