El interés de Dios con un mesón ocupado
LUCAS 2:1-7
(Mt. 1:18-25)
“1 Aconteció en aquellos días, que
se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese
empadronado. 2 Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador
de Siria. 3 E iban todos para ser empadronados, cada uno a su
ciudad. 4 Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea,
a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia
de David; 5 para ser empadronado con María su mujer, desposada con
él, la cual estaba encinta. 6 Y aconteció que estando ellos allí, se
cumplieron los días de su alumbramiento. 7 Y dio a luz a su hijo
primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no
había lugar para ellos en el mesón”.
El nacimiento de Jesucristo en esas condiciones fue
divinamente intencional, no por casualidad ni suerte que los padres llegaran a
Belén a una hora y un día en que era imposible encontrar una habitación, quiero
decir un lugar dentro del mesón, abarrotado de gente y animales. El nacimiento
de Jesús en un establo y acostado en un pesebre tienen un fin Salvador, no
específicamente como se pudiera pensar, haciéndose asequible a los pobres, sino
para intencionalmente llevar los ricos hasta ese lugar donde tengan que dejar
sus carruajes y caballos, sus zapatos costosos y su enorme orgullo.
El establo no es un lugar donde iría a buscar a un
Salvador la nobleza de Judea ni de ninguna otra parte, las damas con olfato
refinado no pondrían un pie dentro de un establo maloliente para arrodillarse
juntas a una María aldeana y un José carpintero, ni acompañarse con jadeantes pastores
que sudorosos acaban de llegar, por un aviso que dicen ellos que se los dio una
hueste angelical. Cosa difícil de creer por los sabios, en boca de campesinos
ignorantes.
Allí no irían los reyes a buscar a un compañero de
ellos, ni cancilleres, ni procuradores, ni diplomáticos, ni científicos, ni
filósofos y literatos, ni doctores de la ley de Dios. El lugar donde tienen
puesto al Niño es nauseabundo y hay pobreza por todas partes, aunque sean ricos
en dignidad. La historia de la Navidad es el elocuente sermón de humillación
dado por Dios a los arrogantes y jactanciosos del mundo, a los engreídos, a los
que adoran otros dioses, de las artes, de las letras, de las ciencias y del
mundo de los negocios, cuyo príncipe es el poder y Don Dinero. Y al estilo del
pesebre vivió el Señor Jesús. Ni
siquiera imaginar que todos estos sofisticados señores se dignarían ir a buscar
algo a su taller de carpintería, y oírlo y tratarlo como un superior; y aunque
le escucharon hablar, enseñar y predicar, exigirían sus credenciales y
desearían conocer cuánto de sus posesiones, de sus amistades y de su familia. Ninguna
de esas cosas las hallaría, en él o junto a él como para que lo eligieran su
profesor, Mesías y Salvador. Jesús está puesto donde los que lo quieran tienen
que negarse a sí mismos y renunciar a la petulancia y al orgullo intrínseco en
sus corazones.
El nacimiento en aquellas condiciones no fue porque
José no tuviera recursos para que su desposada María diera a luz en mejores
condiciones sino porque no encontró un hospedaje mejor, porque así lo quiso
Dios para inclinar la cerviz de los pudientes y poderosos, de los sabios y
entendidos, como si no valiera nada valiendo todo, como un sin nombre y siendo
el suyo sobre todos, como pobre para enriquecer a los ricos (2 Co. 8:9; 2 Co.
6:10), como ignorante y débil y siendo “poder y sabiduría de Dios” (1 Co.
1:24). El mundo no necesitaba que tuviera sangre azul y tesoros sino que fuera
“el Santo de Dios” que pudiera morir por nuestros pecados.
Todo en la vida de Jesús, desde su nacimiento y
profesión, hábitos y pensamientos, tenía el propósito divino de quitar del
carácter del hombre sus ínfulas de grandeza y revestirlo con este sentir que hubo en Cristo Jesús
“que no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse sino que se
despojó” de su gloria. Debe buscarlo en una tumba vacía, muriendo entre
bandidos, comiendo con publicanos y pecadores, en un taller de carpintería y
dentro de un establo recostado en un pesebre. Ese fue el interés de Dios con un mesón ocupado.
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