La perseverancia de los santos


“...la perseverancia de los santos es el lógico resultado de algunas doctrinas. Por ejemplo, la predestinación, la elección. Significa que el elegido perseverará en la fe y ninguno que lo haya sido se perderá. Cristo afirmó “este es la voluntad del que me envió, que no pierda yo nada y lo resucite en el día postrero” (Juan 6:37.39).

Las doctrinas del calvinismo han sido debatidas por siglos. La más común de las objeciones es la doctrina de la elección, como la entienden los calvinistas, que es Dios el que hace que una persona crea; y si no, será condenada porque no ha creído en el evangelio. Aquí quiero solamente señalar un par de cosas, que los calvinistas afirman que Dios no se desentiende de la voluntad para obrar, sino que trabaja dentro de ella para hacer que el elegido tenga la disposición necesaria para creer el evangelio. Así, de ese modo, el elegido acepta el evangelio voluntariamente y la razón es que Dios ha obrado en su corazón para que lo haga y tenga el deseo de creer. Dios obra dentro de la voluntad humana y no de forma independiente de ella.
Le guste o no le guste nadie puede negar el impacto que las ideas de Calvino han tenido durante estos últimos cinco siglos. Mientras que la influencia de Martín Lutero fue confirmada ampliamente en Alemania, Juan Calvino fue el reformador para varios países de Europa. El historiador William Stevenson escribe lo siguiente, “el luteranismo pudiera muy bien haberse hundido durante todo ese tiempo, y por esa razón requería que el calvinismo mantuviera el barco de la reforma a flote. En todo el mundo se puede tener la seguridad y recordar el calvinismo como la fuerza más grande de los tiempos modernos”.
Calvino murió en 1568 en lo que hizo en ninguna manera que le pusieran alguna señal a su tumba por la simple razón de que no quería que sus seguidores lo veneraran como hacían los católicos con sus santos muertos. No obstante, se sabe el lugar aproximado donde fue enterrado en el cementerio de Ginebra” (Rescuing the Gospel, Erwin W. Lutzser, pags. 172,173).

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